Hace unos días caminaba de regreso a casa. Delante iba un joven de unos 20 años, comía un helado en barquillo y lo llevaba en la mano derecha. Al parecer el frágil barquillo no aguanto la fuerte presión de la mano del joven y éste se desarmó cayéndose al piso. La reacción del joven, cuyo helado estaba bien compacto, fue inmediata, en una abrir y cerrar de ojos, lo había recogido del suelo y lo comenzaba a limpiar y sin más le metía diente de nuevo. No pude menos que sonreír, en ese momento, ante lo que acabo de relatarles.
Esta realidad me trajo a la memoria, una situación similar, hace ya unos años, varios o muchos, cuando niños, nos invitaron de esos helados de máquina.
La dependienta por las prisas, por atender al grupo de niños, sirvió uno de los helados ligeramente, que luego por alguno movimiento rápido que hace cualquier niño, todo el contenido fue a parar al suelo. Éste helado como era del tipo crema, se adhirió y esparció sobre el piso rápidamente. No hubo tiempo para más, la sorpresa fue grande, más grande que el poder reclamar o contar lo que había pasado. Asombro total dibujada en la cara del acontecido. Silencio, que conjugaba todas las emociones contenidas.
El grupo de amigos, estaba ya, a unos buenos pasos de distancia. La persona que acompañaba a los niños le increpó, “por qué no había tenido más cuidado, que aprendiera para que así no le volviera a pasar”. “Así aprenderás a ser más cuidadoso”, fueron sus palabras finales.
Todos los amigos se percataron de la “tragedia” regresaron y le permitieron que probara de cada uno de los helados que ellos llevaban. Ese gesto típico de amigos desinteresados, compañeros en el infortunio. Hizo que ganara por su generosidad, disfrutara de varios sabores, ya no solo del que él había elegido, sino más bien del gusto de “sus amigos”. Sin darse cuenta comió más, de la porción servida en el funesto barquillo.
Ese día fue especial, del cual aprendió varias lecciones:
Esta realidad me trajo a la memoria, una situación similar, hace ya unos años, varios o muchos, cuando niños, nos invitaron de esos helados de máquina.
La dependienta por las prisas, por atender al grupo de niños, sirvió uno de los helados ligeramente, que luego por alguno movimiento rápido que hace cualquier niño, todo el contenido fue a parar al suelo. Éste helado como era del tipo crema, se adhirió y esparció sobre el piso rápidamente. No hubo tiempo para más, la sorpresa fue grande, más grande que el poder reclamar o contar lo que había pasado. Asombro total dibujada en la cara del acontecido. Silencio, que conjugaba todas las emociones contenidas.
El grupo de amigos, estaba ya, a unos buenos pasos de distancia. La persona que acompañaba a los niños le increpó, “por qué no había tenido más cuidado, que aprendiera para que así no le volviera a pasar”. “Así aprenderás a ser más cuidadoso”, fueron sus palabras finales.
Todos los amigos se percataron de la “tragedia” regresaron y le permitieron que probara de cada uno de los helados que ellos llevaban. Ese gesto típico de amigos desinteresados, compañeros en el infortunio. Hizo que ganara por su generosidad, disfrutara de varios sabores, ya no solo del que él había elegido, sino más bien del gusto de “sus amigos”. Sin darse cuenta comió más, de la porción servida en el funesto barquillo.
Ese día fue especial, del cual aprendió varias lecciones:
- Cerciórate de que lo que pides esta como tú lo deseas.
- Por más grande que parezca el problema siempre hay una mejor solución.
- Después de lo que parece el final, resulta que ganas más de lo que tenías antes.
- No vale la pena arrepentirse de lo que le pasa en determinado momento, siempre hay alternativas
- Apóyate en la amistad, la verdadera es desinteresada.
- Aprende del compañerismo y desprendimiento
- Los peores momentos en la vida, se llevan mejor conn soporte de los amigos.
- Confía en los que te quieren.
Así y todo fue lo que pasó, hace, como dije muchos años. Este hecho estaba enterrado en la memoria y fue arrancada de ese fondo por la experiencia que narré al inicio de esta columna.
Nuestros días pueden ser difíciles, pero te das cuenta que no estás solo y de lo valioso que son los amigos. Dichoso el que con amigos cuenta, por ello se siempre un buen amigo.
Éste gracias lo digo y repito ahora. Ese lejano día de tristeza y frustración se convirtió en uno especial y como dirían muchos años después Los Beatles y que dio título a una de sus conocidas y exitosas canciones. “With a Little help from my Friends” - “Con una pequeña ayuda de mis amigos”
Antonio Tomasio. Autor de los libros Uno (Yo) y Mi hijo, mi maestro. Escríbe a atomasio@antoniotomasio.com con tus preguntas o sugerencias o visita la página www.antoniotomasio.com