LUZGARDO MEDINA EGOAVIL
(Arequipa 1959-2015) Estudió Ciencias Jurídicas y Políticas en la Universidad Católica Santa María (Arequipa). Obtuvo el Premio Nacional “César Vallejo” 1994, de diario El Comercio. Ganó el Premio Nacional de Poesía “Municipalidad de Paucarpata” 1993. Por su libro “Avatar” obtuvo mención honrosa en el Concurso Nacional de Poesía de la Asociación Cultural Peruano Japonesa del Perú (1994). Recibió el Premio Copé de Bronce en XIII Bienal de Poesía “Premio Copé Internacional 2007” , Le fue conferido el Segundo Premio Regional de Cultura del Instituto Nacional de Cultura del Cusco (2007). Publicó La boda del dios harapiento (1981), Cuervos en Sodoma y Gomorra (1983), Ad libitum (1995), Contra los malos presagios (1995), Avatar (1996) Rostros del sueño (2005), Nada (2007), Bajas pasiones para un otoño azul (2008), Cronología del equilibrio (2008). Trabajaba en la Sub Gerencia de Cultura de la Municipalidad Provincial de Arequipa como Artista II. Fundador de la revista Eclosión que realizó gran actividad cultural en la década del 80 dentro del ámbito surperuano. Fue Diputado del Parlamento Mundial para Seguridad y Paz (1994). Como periodista estubo comprometido con la defensa de la ecología y al estudio del folclor. Fue Presidente del Sindicato Centro Federado de Periodistas del Perú. Fellecio de un fulminante infarto el 25 de enero del 2015.
JUDÍO EXTRAVIADO
No se sabe dónde perdió su voz, pueda que en un maremoto, al pie de un monumento, en una tienda donde solamente venden café o en la jaula de un circo. ¿Dónde queda la calle Estéril y dónde la avenida Tiempo? Seguirá preguntando hasta el último segundo de su existencia, pidiendo un poco de cruz para curar su noche más vulgar.
No se sabe por dónde sale el sol con sus gruesos labios ni en qué lugar los escualos enterraron a la luna, sólo sabe dibujar árboles blancos y, casi, mansos. ¿Sabe, acaso, que la historia es un mapa lleno de estigmas? No, él sabe que detrás de su rostro hay otro rostro, detrás de su cuerpo hay un poema que se yergue al azar.
¿Perdió la memoria de tanto amar? Sin rencor en la mirada va de un lugar a otro, mojado de un rosado licor, más tierno que el silencio, hinchado como esa flor vieja arrojada del huerto santo.
Se siente humano, insoportablemente humano, magnífico humano lleno de luz en las axilas. Ahí va, nadie lo sospecha que su nombre proviene de un linaje vertiginoso.
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