"Konrad Lorenz, uno de los padres de la Etología, demostró en la década de los 50 que en los animales hay miedos ancestrales codificados genéticamente. Para ello, mostro a unos polluelos de ganso, criado a partir de huevos eclosionados en una incubadora y que por lo tanto no habían tenido contacto con aves adultas, la silueta de una rapaz. Los pollitos mostraban señales de pánico cuando aquella silueta de cartón de un halcón pasaba por encima de ellos, pero no si la misma silueta se movía en sentido inverso, si volaba hacia atrás.
En nuestra especie el proceso es más elaborado, pues nuestra psique es más compleja, presenta otros matices, pero en muchas personas existe un miedo profundo e irracional a ser comidos, a ser atacado por una serpiente o a ser enterrados vivos que la posibilidad de que algo de esto suceda sea insignificante, no cambia mucho la sensación de pánico. No son miedos lógicos sino quizá reflejos de otras eras donde nuestra especie podía ser presa de predadores o donde las serpientes eran un verdadero peligro para un primate arborícola. El miedo a ser enterrado vivo es quizá más poliédrico, se mezclan los terrores a una muerte lenta e inexorable, a la oscuridad, al sufrimiento consciente, a no poder movernos ni escapar, a no poder relacionarnos no comunicarnos. Quizá sea ese el infierno para una especie social como la nuestra, el aislamiento total."
El escritor que no sabía leer y otras historias de la neurociencia. José Ramón Alonso. Página 39. Guadalmazán. Córdoba, España, 2013.
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