ABELARDO SÁNCHEZ LEÓN
(Lima, 17 de febrero de 1947), sociólogo, poeta y escritor peruano. Sus padres fueron Abelardo Sánchez León y Sara María Ledgard Jiménez, hija del banquero Carlos Ledgard Neuhaus. Estudió secundaria en el Markham College y, luego ingresó a la Pontificia Universidad Católica del Perú,
de la que obtuvo el grado de bachiller en Ciencias Sociales, en 1972, y
de licenciado, en 1979. En 1974, hizo una maestría en la Universidad de París X Nanterre. En 1966, obtuvo el primer premio de los Juegos Florales de la Universidad Católica. En 1980, obtuvo la Beca Guggenheim otorgada por la John Simon Guggenheim Memorial Foundation y, en 1989, la Fulbright del Programa Fulbright. Fue vice-presidente de Desco y es director de la revista Quehacer y profesor principal del Departamento de Comunicaciones de la Universidad Católica.
LOS TRISTES EFECTOS
Adónde he caído con estos sentimientos
adónde han caído
(sí, mis sentimientos, esa palabra sin contenido
preciso, usada, desprovista de dignidad).
No puedo creer, nunca creí, que el amor es puro miedo,
espanto a lo desconocido, apego a la gente en busca
de protección llenos de amabilidad y encanto:
...pero quien a solas vive se desliza como las gotas de agua
en una masa sin forma, licuosa, sin percibir una real y auténtica relación con ése
el llamado mundo exterior que nos rodea y separa,
segrega y atormenta.
Mi soledad no es la de un pordiosero
aunque mendigando me las pasaba sin propiciar burla
ni atractivo.
Esa soledad ya familiar, la del que vive en este mundo
ajeno a los elementos que lo componen.
(Poder reconocerse en la relación establecida
que nos aleje de nosotros,
internándonos en una vastedad que otra persona
encierra bajo su piel como la lluvia en la tierra,
e ingresar sin tosquedades a un silencio nuevo y
desconocido,
así, juntarnos unos a otros, perfectamente diseñados:
dejar, en total abandono, las proporciones y las simetrías,
organizadas tan maquiavélicamente como divinas:
una destreza sin igual para vincular cuerpos y ánimas,
pues el cuerpo posee el ciego lenguaje de los objetos
que se reconocen en el tacto).
¡Malditas sean las leyes de la vida!
Pareciera que se elaboran en una continuidad dada,
en un orden irreversible,
en una complementación sucesiva donde lo que hago
se vincula a lo que hice,
del diseño al boceto terminando en la versión final:
cada tiempo poseía sus condiciones para
—Obedeciéndolas—
juntarnos en una relación que los cuerpos como dos
soles rodean al vacío sobrepasándonos más allá del
cielo y el horizonte.
El ordenamiento del tiempo,
cotidiano y cronológicamente bien distribuido
evitando errar sin punto preciso / sin vergüenza...
Porque qué hago aquí, adónde me han llevado,
qué he hecho de mi persona,
yo que no tuve nada y no podía soportarlo
o lo tuve mal, en el caos, desesperadamente por unirme
a alguien,
he convertido mi vida en ésas que dan rondas a la noche,
buscando huir y negar lo último que nos queda:
las llamas apagándose y consumidas vemos las cenizas
de una existencia donde nada, sólo las dulces mentiras,
las despiadadas, las piadosas — y allí la desgracia —
alteraban los contenidos y las formas espantándola,
aunque también cobarde, humana, impía, amargamente.
Soy pues el anciano, la vieja, el abuelo de nadie,
ya que éste que me llama papá no es mi hijo,
y el muchacho que viene es el muchacho y no
mi esposa...
(sí, mis sentimientos, esa palabra sin contenido
preciso, usada, desprovista de dignidad).
No puedo creer, nunca creí, que el amor es puro miedo,
espanto a lo desconocido, apego a la gente en busca
de protección llenos de amabilidad y encanto:
...pero quien a solas vive se desliza como las gotas de agua
en una masa sin forma, licuosa, sin percibir una real y auténtica relación con ése
el llamado mundo exterior que nos rodea y separa,
segrega y atormenta.
Mi soledad no es la de un pordiosero
aunque mendigando me las pasaba sin propiciar burla
ni atractivo.
Esa soledad ya familiar, la del que vive en este mundo
ajeno a los elementos que lo componen.
(Poder reconocerse en la relación establecida
que nos aleje de nosotros,
internándonos en una vastedad que otra persona
encierra bajo su piel como la lluvia en la tierra,
e ingresar sin tosquedades a un silencio nuevo y
desconocido,
así, juntarnos unos a otros, perfectamente diseñados:
dejar, en total abandono, las proporciones y las simetrías,
organizadas tan maquiavélicamente como divinas:
una destreza sin igual para vincular cuerpos y ánimas,
pues el cuerpo posee el ciego lenguaje de los objetos
que se reconocen en el tacto).
¡Malditas sean las leyes de la vida!
Pareciera que se elaboran en una continuidad dada,
en un orden irreversible,
en una complementación sucesiva donde lo que hago
se vincula a lo que hice,
del diseño al boceto terminando en la versión final:
cada tiempo poseía sus condiciones para
—Obedeciéndolas—
juntarnos en una relación que los cuerpos como dos
soles rodean al vacío sobrepasándonos más allá del
cielo y el horizonte.
El ordenamiento del tiempo,
cotidiano y cronológicamente bien distribuido
evitando errar sin punto preciso / sin vergüenza...
Porque qué hago aquí, adónde me han llevado,
qué he hecho de mi persona,
yo que no tuve nada y no podía soportarlo
o lo tuve mal, en el caos, desesperadamente por unirme
a alguien,
he convertido mi vida en ésas que dan rondas a la noche,
buscando huir y negar lo último que nos queda:
las llamas apagándose y consumidas vemos las cenizas
de una existencia donde nada, sólo las dulces mentiras,
las despiadadas, las piadosas — y allí la desgracia —
alteraban los contenidos y las formas espantándola,
aunque también cobarde, humana, impía, amargamente.
Soy pues el anciano, la vieja, el abuelo de nadie,
ya que éste que me llama papá no es mi hijo,
y el muchacho que viene es el muchacho y no
mi esposa...