Varios siglos después de que la Santa Sede amordazó a los astrónomos católicos romanos por cuestionar que la Tierra fuera el centro del universo, cada vez más astrónomos jesuitas del observatorio del Vaticano están escribiendo sus nombres en el firmamento.
Hace poco, el Vaticano, dirigido por el papa Francisco, el primer papa jesuita de la historia, anunció que otros tres asteroides habían recibido el nombre de científicos jesuitas de su observatorio, gestionado por jesuitas, como parte de una nueva tanda que incluyó al papa del siglo XVI que comisionó el calendario gregoriano y a un pastelero toscano cuyo pasatiempo es mirar el firmamento.
Aunque los jesuitas no son tan numerosos como las estrellas, han tenido más de 30 asteroides con sus nombres desde que en 1801, oficialmente, se les comenzó a asignar nombres a estas rocas del espacio. Esto “no debería sorprendernos debido a la naturaleza por lo general científica de esta comunidad”, comentó el astrónomo Don Yeomans, quien trabajó en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA en Pasadena, California, y que en la actualidad forma parte del grupo que otorga su aprobación oficial a los nombres que se les asignan a los asteroides.
Los tres jesuitas cuyos nombres fueron asignados a asteroides el mes pasado son Robert Janusz, un sacerdote y físico polaco que se dedica a la medición de la luz procedente de cúmulos de estrellas (565184 Janusz); William R. Stoeger (1943-2014), un sacerdote estadounidense (551878 Stoeger); y Johann Georg Hagen (1847-1930), un austriacoestadounidense que, de acuerdo a la referencia de nombre 562971 Johannhagen, “ideó varios experimentos ingeniosos en el Vaticano para demostrar la rotación de la Tierra, los cuales confirmaron de manera directa las teorías de Copérnico y Galileo”.
Los tres trabajan o trabajaron en el Specola Vaticana, u Observatorio del Vaticano, justo frente a los jardines del papa en Castel Gandolfo, muy cerca de Roma. Este observatorio es el producto de varios siglos de estudios de las estrellas patrocinados por el Vaticano, y es la única entidad del Vaticano que realiza investigaciones científicas.
La historia del observatorio, el cual ha sido gestionado por jesuitas desde la década de 1930, es una refutación a la idea de que la Iglesia católica siempre ha querido interponerse en los avances científicos, una idea perpetuada por casos muy notorios, como los de Galileo y Giordano Bruno, en manos de la Inquisición durante la época del Renacimiento.
“Existen algunas instituciones, como la Pontificia Academia de las Ciencias, que le dicen al Vaticano lo que está ocurriendo en el mundo de la ciencia, pero nosotros en realidad hacemos ciencia”, señaló Guy Consolmagno, ya distinguido con un asteroide que lleva su nombre (4597 Consolmagno) y director del observatorio, cuyo lema en su sitio web es “ciencia inspirada por la fe”. En una entrevista de 2017 con The New York Times, Consolmagno afirmó que parte de la misión del observatorio era “demostrarle al mundo que la Iglesia apoya a la ciencia”.
Es revelador que un antiguo director del observatorio, George V. Coyne, un astrofísico jesuita que murió en 2020, haya tenido una participación crucial en lograr que el Vaticano cambiara su postura en 1992 y reconociera formalmente que quizás Galileo había estado en lo correcto.
“Una de las cosas que la Biblia no es”, le dijo Coyne a The New York Times Magazine en 1994, “es un libro de texto científico. Las escrituras están compuestas de mitos, poesía e historia. Pero no nos enseñan sobre ciencia”.
El Specola tiene su origen en la época del papa Gregorio XIII, quien construyó un observatorio —conocido como Torre de los vientos— dentro del Vaticano para que los astrónomos pudieran estudiar la reforma del calendario juliano, el cual se usó hasta 1582. Gregorio, también conocido como Ugo Boncompagni (1502-1585), fue un importante protector inicial de los jesuitas y ahora existe un asteroide con su nombre: 560794 Ugoboncompagni.
Entre los astrónomos que trabajaron en el calendario reformado había un jesuita, Cristóbal Clavius (1538-1612) —asteroide 20237 Clavius— que vivió en el Colegio Romano, una escuela ubicada en la capital italiana creada en 1551 por San Ignacio de Loyola, el fundador de la orden.
El Colegio Romano formó a varias generaciones de astrónomos, entre ellos Giovanni Battista Riccioli (1598-1671) —asteroide 122632 Riccioli—, quien publicó un mapa de la luna en 1647 y codificó parte de la nomenclatura lunar que aún se sigue usando. Cuando Neil Armstrong dijo “Houston, aquí base Tranquilidad. El águila ha aterrizado” en la misión del Apolo 11 en 1969, “Tranquilidad” era una referencia al Mare Tranquillitatis, o mar de la Tranquilidad, el cual había sido nombrado así por Riccioli.
El asteroide 4705 Secchi recibió su nombre por el sacerdote jesuita Angelo Secchi (1818-78), quien fue precursor de la espectroscopia astronómica y director del observatorio del Colegio Romano desde 1848 hasta su muerte.
Los astrónomos actuales del Vaticano dividen su tiempo principalmente entre Castel Gandolfo y monte Graham, Arizona, donde el Vaticano opera un telescopio en colaboración con la Universidad de Arizona.
Jean-Baptiste Kikwaya Eluo, un sacerdote que trabaja en el observatorio, comentó que ser científico y hombre de fe cambia la manera en que se observa el mundo. El reverendo explicó que su vocación científica había sido impulsada por sus superiores en la orden de los jesuitas. (También tiene un asteroide con su nombre: 23443 Kikwaya).
Como jesuitas, “puesto que realmente creemos que Dios creó todo, esto nos coloca en una relación muy diferente con lo que estamos observando”, señaló Kikwaya en una conversación por Zoom desde Arizona.
La denominación de los asteroides —que también se conocen como planetas menores o cuerpos pequeños del sistema solar— es supervisada por un grupo de astrónomos profesionales que forman parte de la Unión Astronómica Internacional. Todos los meses se le presenta a este grupo una lista de nombres y referencias propuestos, pero no todos los asteroides se etiquetan; solo aproximadamente el 3,8 por ciento de los 620.000 asteroides numerados han recibido algún nombre, siguiendo ciertas normas específicas.
Tradicionalmente, los nombres favorecían a figuras mitológicas de Grecia o Roma (los cuatro primeros fueron llamados Ceres, Palas, Juno y Vesta), pero luego se buscó inspiración en otras culturas. Ryugu, por ejemplo, es un palacio submarino mágico en el folclore japonés, mientras que Bennu recibió su nombre de una antigua deidad y ave egipcia (seleccionada entre miles de opciones en un concurso de “¡Ponle nombre a este asteroide!”). También está Apophis, quien en la mitología egipcia es el enemigo del dios del sol, Ra.
A lo largo de las décadas, surgieron atribuciones más prosaicas, principalmente para científicos, astrónomos o figuras de alto perfil. En los últimos años, los nombres de los asteroides también se han inspirado en los ganadores y principales participantes de ferias de ciencias e ingenierías de bachillerato. (El redactor de temas científicos de The New York Times, Carl Zimmer, también tiene un asteroide: 212073 Carlzimmer).
Existen restricciones; de acuerdo con las normas, “no se aconseja ponerles nombres de mascotas”, y no se aceptan nombres de personajes históricos relacionados con “el comercio de esclavos, el genocidio y la eugenesia”. También existen restricciones sobre los nombres de personajes militares y políticos: estos deben haber muerto por lo menos cien años antes para poder ser considerados.
No obstante, la apertura del proceso ha planteado cuestionamientos sobre la pertinencia de bautizar a los asteroides con nombres de estudiantes cuyo futuro es todavía un camino sin transitar.
Tenemos como ejemplo el caso de la representante demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, cuyo nombre se le puso a un asteroide (23238 Ocasio-Cortez) después de que su proyecto de bachillerato ganó un premio en una feria internacional de ciencias e ingeniería. “Es cierto”, escribió en Twitter en 2018.
Sin importar la trayectoria posterior de Ocasio-Cortez, el asteroide seguirá teniendo su nombre; no hay reclamaciones retroactivas. “No hacemos eso”, señaló Gareth Williams, secretario del Equipo de Trabajo para la Nomenclatura de los Cuerpos Menores, que es el grupo que otorga los nombres.
Williams comentó que este grupo también tiende a “desaconsejar enérgicamente” ponerles a los asteroides el nombre de personajes religiosos. Entonces, estos asteroides que recibieron el nombre de astrónomos jesuitas “no recibieron sus nombres porque fueran jesuitas, sino porque eran astrónomos. Casualmente también eran jesuitas”, señaló Williams.
Muchos de los nombres de asteroides tienen una historia adicional. En el último lote, el asteroide 44715 fue nombrado Paolovezzosi, en honor a Paolo Vezzosi, un astrónomo aficionado y pastelero del ciudad italiana de Montelupo Fiorentino, en la región de Toscana. Vezzosi, según la cita, “ofrece deliciosos pasteles”, en actividades de divulgación.
Vezzosi fue nominado por Maura Tombelli, presidenta de un grupo de astronomía que financió y construyó un observatorio público en Montelupo Fiorentino. Tombelli ha descubierto 200 asteroides durante sus décadas como astrónoma (el asteroide 9904 se llama Mauratombelli en su honor).
Nominar a Vezzosi fue una forma de agradecerle por ayudar a poner en marcha el observatorio, explicó Tombelli.
“No teníamos nada más que ofrecer, solo mis rocas en el cielo”, afirmó.
Fuente: https://www.nytimes.com
Por: Elisabetta Povoledo es una periodista radicada en Roma que ha escrito sobre Italia durante más de tres décadas. @EPovoledo • Facebook
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