martes, 27 de septiembre de 2022

Cita DCXC: El dinosaurio todavía estaba allí

 

 
Representación de Meraxes gigas, una nueva especie de dinosaurio con brazos 
diminutos y unas cuatro toneladas de peso hallado en la Patagonia argentina. 

 

Este es un artículo urgente. Si no lo publicamos en esta edición y sin demoras, corremos el riesgo de tener que correr a documentarnos sobre otro dinosaurio cuyano descripto en alguna revista internacional. Ya nos pasó semanas atrás cuando la noticia era Meraxes gigas, un carnívoro descomunal (ver recuadro), presentado, entre otros, por el investigador Juan Canale. Pronto dejó de ser noticia.

Los restos de lo que luego sería Meraxes , en rigor, fueron hallados en 2012 en la Barda atravesada de las campanas, a unos 20 kilómetros de Villa El Chocón. Se trataba de uno de los esqueletos de terópodo más completos del mundo. De hecho, su extracción tomó 4 años de campañas, de 2 a 4 semanas cada una. El estudio, publicado en la revista Current Biology, da cuenta de esa tarea.

Pero pocos días después, con mi artículo listo, fue el turno de Jakapil kaniukura, el primer dinosaurio acorazado bípedo de Sudamérica descubierto en Cerro Policía, provincia de Río Negro en agosto. Y días después, de Elemgasem nubilus: un carnívoro cuyos huesos proceden de la localidad neuquina de Plaza Huincul, presentado el 5 de septiembre en Papers in Palaeontology. Supimos, entonces, que esta nueva especie, datada hace unos 90 millones de años, medía cuatro metros desde la cabeza a la cola, y dos metros de alto.

Por eso, este es un artículo que tiene urgencia. Porque el territorio hoy conocido como Patagonia es uno de los repositorios más importantes en lo que concierne a la paleontología de vertebrados. Detrás de esos hallazgos se encuentran varios especialistas, entre ellos los seis que aquí nos guían en la “paleoespesura” y que recuerdan que estos huesos son clave para entender la historia de Gondwana, ese megacontinente conjetural que, a comienzos del período Pérmico, se dividió en los continentes actuales. También nos enseñan el desarrollo y el comportamiento de unos animales que, aunque no sea evidente, nos miran desde los ojos curiosos de las aves que nos rodean.

La historia de los huesos

Estudié arqueología. Fui a la Patagonia a excavar y a relevar sitios con arte rupestre y de ocupación humana en la costa y en la meseta. Y aunque hace tres décadas me dedico a la historia de la ciencia, no falta quien, aún hoy, me confunda con una paleontóloga.

Quizás sea mi culpa porque me he ocupado de rastrear la emergencia de esta disciplina en el siglo XIX, de sus personajes y de la historia de los huesos de grandes mamíferos que poblaban las pampas hasta la llegada del Homo sapiens.

Pero, a mi pesar, nunca fui a una campaña paleontológica ni trabajé en los laboratorios de ninguno de los colegas y amigos que coseché en mi carrera. En esta ocasión, aprovecho esos cruces en los pasillos y congresos para conversar con quienes trabajan en los dinosaurios hallados en la región patagónica del actual territorio argentino: Federico Agnolin, Marcelo Isasi, Fernando Novas, Diego Pol y Leonardo Salgado, todos miembros del Conicet, todos herederos de la obra de José Bonaparte (1928-2020), Osvaldo Reig (1929-1992) y Rodolfo Casamiquela (1932-2008), luminarias fundantes de la paleontología argentina.

Los tres primeros forman parte del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia; los dos últimos residen en la Patagonia: Salgado es biólogo de la Universidad de La Plata y se desempeña en la Universidad de Río Negro; Pol es biólogo de la UBA y trabaja en el Museo E. Feruglio de Trelew.

A la conversación que tuve con ellos se sumó Juan Canale, también de la Universidad de Río Negro, uno de los muchos “padres” de Meraxes, el terópodo carcarodontosáurido, cabezón, carnívoro y de brazos mínimos presentado semanas atrás. Fue bautizado en honor a uno de los tres primeros dragones de la dinastía Targaryen, de la saga Juego de Tronos.

Los paleontólogos, como casi todos los científicos que trabajan con colecciones, recurren a la historia como un instrumento a la hora de comparar sus hallazgos con los de sus maestros del siglo XIX quienes, gracias a ello, perviven en la ciencia del XXI.

Fernando Novas subraya: “Los primeros hallazgos importantes de la Patagonia fueron publicados en 1929 en los Anales del Museo de La Plata por el experto de la época, el alemán Friedrich von Huene (1875-1969), profesor de la Universidad de Tubinga, quien en 1924 visitó los yacimientos del sur y las colecciones de dinosaurios de los museos de La Plata y Buenos Aires”.

Agnolin, del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados, coincide y señala que hasta la segunda mitad del siglo pasado, “los dinosaurios patagónicos no despertaban gran interés. La mayoría de los hallazgos se restringía a los titanosaurios herbívoros, cuyo origen se ubicaba en el hemisferio norte, desde donde habrían migrado hacia el sur”.

Esta visión –continúa Agnolin– cambió a partir de la década de 1960, cuando Osvaldo Reig dio a conocer los Herrerasaurus e Ischisaurus, procedentes del Triásico de Ischigualasto, en el Valle de la Luna, San Juan. Tenían una antigüedad de 230 millones de años, un dato que los situaba entre los más antiguos del mundo, una referencia obligada para entender la evolución del grupo.

A partir de esa década, Casamiquela, primero, y Bonaparte, después, pusieron la lupa en la Patagonia. Con sus discípulos, dió a conocer especies de aspecto y adaptaciones muy particulares, incluyendo a los emblemáticos Amargasaurus y Carnotaurus, así como a Argentinosaurus, el gigante entre los gigantes.

Lejos de tener formas inferiores o degeneradas, contaban la historia de los dinosaurios australes, muy diferente a los del hemisferio boreal, poblado por Tyrannosaurus y los cornudos Triceratops.

Patagonia, reino de gigantes

Agnolin destaca que, en la Patagonia, característicamente “los esqueletos aparecen bien preservados y en tres dimensiones, lo que permite un estudio anatómico pormenorizado y la obtención de algunas claves sobre la evolución de uno de los grupos animales más exitosos del planeta: los pájaros”.

Así, los huesos de Unenlagia comahuensis, un dinosaurio de Neuquén presentado por Novas y equipo en 1997, permitieron que los científicos argentinos ingresaran en la arena de las discusiones acerca del origen de las aves y de su vuelo aleteado. Por otro lado, Overoraptor, un dinosaurio pequeño de Río Negro, cuenta con brazos robustos con las características propias de las aves voladoras.

“La Patagonia –afirma Novas– posee un registro muy interesante de la transición dinosaurio-ave. Nuestro equipo es de los pocos en el mundo que se dedica al tema”.

Diego Pol acota: “El Jurásico es quizás el período más famoso de la historia geológica. Pero es el momento del cual menos se conoce sobre la vida y evolución de los dinosaurios en América del Sur porque las rocas de esa época no abundan en la superficie de nuestro continente”.

La gran diversidad de dinosaurios de inicios del Jurásico descubierta en las últimas décadas documenta el origen de los saurópodos, una de las familias más exitosas de hace unos 180 millones de años.

Los restos de Bagualia, encontrados en Chubut, muestran los primeros indicios de adaptación a dietas estrictamente herbívoras, dado que antes solo existían especies carnívoras u omnívoras. Esta dieta coincidió con el alargamiento de su cuello, la postura cuadrúpeda y el inicio del gigantismo en un grupo que, a partir de entonces, sobrepasa el tamaño de los elefantes.

Estas novedades evolutivas ocurrieron en el contexto de un planeta con grandes disrupciones ambientales, cuando en todo el hemisferio sur (Antártida, Sudáfrica y Patagonia) había erupciones volcánicas tan grandes que cambiaron el clima y el equilibrio ecológico.

El calentamiento global y la desertización ambiental causaron la desaparición de numerosas especies de helechos y la predominancia de coníferas en los bosques del Jurásico de la actual Patagonia.

Los saurópodos, con capacidad de alimentarse de cualquier tipo de planta (incluyendo las hojas duras de las coníferas), lograron sobrevivir y reproducirse, volviéndose los herbívoros más abundantes de esos ecosistemas. Así comenzó su dominio, que se prolongaría por más de 100 millones de años, hasta que otro evento catastrófico produjo su extinción definitiva.

Pequeños huevos esféricos

Salgado, por su parte, apunta a la reproducción de este tipo de dinosaurios, un tema del que no se sabía demasiado hasta que, en 1997 y en Neuquén, se encontraron huevos con embriones muy bien preservados. Hoy se conocen otros sitios de nidificación en Río Negro y en Sanagasta, La Rioja, donde se hallaron asociados a antiguas fuentes termales.

La evidencia revela que ponían una gran cantidad de huevos esféricos pero de tamaño pequeño, a diferencia de las aves modernas, ponedoras de pocos pero grandes en relación a su masa corporal. Pensemos que los huevos de Neuquén tienen unos 15 centímetros de diámetro, pero las productoras seguramente sobrepasaban los 8 o 10 metros de longitud.

También construían nidos en depresiones, que cubrían con arena mezclada con materia vegetal; probablemente regresaban a las mismas de manera recurrente.

En estos últimos años la paleohistología permitió, además, entender el desarrollo de los dinosaurios: los pichones, se sabe, crecían rápidamente, como ocurre con las aves actuales, pero luego pausaban su incremento, el cual se volvía cíclico. Esto quedó registrado en los anillos de crecimiento de los huesos de los carnívoros –comparables a los de los árboles–, un patrón que no aparece en los reptiles de nuestra era.

Así, el análisis microscópico de los tejidos óseos del ejemplar de Meraxes permitió calcular que había muerto a los 45 años, siendo uno de los dinosaurios más longevos de los cuales hay registro. “En realidad –añade Canale–, todavía no hay muchos datos. La novedad de Meraxes consiste en su crecimiento lento pero continuo durante toda su vida, una diferencia con los tiranosaurios que crecían de golpe y se estabilizaban al llegar a la adultez”.

Salgado concluye: “Algunos piensan que las aves del presente evolucionaron de sus ancestros dinosaurios no avianos, acortando su desarrollo, limitando su crecimiento al primer año de vida, de modo que no alcanzan esa fase de crecimiento cíclico que caracteriza a la mayoría de los dinosaurios no avianos”.

De momento, varios investigadores del país trabajan sobre este aspecto y es probable –concluye– “que pronto nos sorprendan con otras complejidades biológicas de estos animales cuyos huesos, así como los ven, contienen las claves para entender la fauna avícola del presente”.

 

Fuente: https://www.clarin.com

Por: Irina Podgorny es autora de Florentino Ameghino & Hnos. (Edhasa) y de Los argentinos vienen de los peces (Beatriz Viterbo).

 

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