BERLÍN — El 20 de enero de 1942, 15 funcionarios de alto rango de la burocracia nazi se reunieron en una villa ubicada en el lago Wannsee, en el extremo oeste de Berlín. Se sirvieron bocadillos, que fueron acompañados con coñac. Solo había un punto en la agenda: “Los pasos organizativos, logísticos y materiales para una solución final de la cuestión judía en Europa”.
Planear el Holocausto solo tomó 90 minutos.
Ochenta años después de la infame Conferencia de Wannsee que lo diseñó tan meticulosamente, la eficiencia burocrática sigue siendo muy desconcertante.
Las actas tomadas ese día y mecanografiadas en 15 páginas no se refieren explícitamente al asesinato. Usan frases como “evacuación”, “reducción” y “tratamiento”, y dividen la tarea entre diferentes departamentos gubernamentales y sus “especialistas pertinentes”.
“Lees ese protocolo y es escalofriante”, dijo Deborah E. Lipstadt, una reconocida estudiosa del Holocausto. “Todo es un lenguaje muy camuflado. Pero luego miras la lista de países y la cantidad de judíos que planeaban matar. Iban a perseguir a once millones de personas. Tenían planes muy grandes”.
El aniversario de esa fatídica reunión tiene una resonancia especial en este momento porque los sobrevivientes del Holocausto están disminuyendo y el antisemitismo y la ideología de la supremacía blanca resurgen en Europa y Estados Unidos, junto con los ataques contra el pueblo judío y las minorías étnicas. El sábado pasado, un hombre tomó como rehenes a un rabino y tres miembros de su congregación en una sinagoga en Texas.
En Alemania, donde también se han incrementado los delitos antisemitas, las autoridades advierten públicamente que la extrema derecha y el terrorismo son la mayor amenaza para la democracia.
Hoy en día, la villa de tres pisos a orillas del lago que alguna vez fue utilizada como casa de huéspedes de las SS y que fue sede de la Conferencia de Wannsee luce prácticamente sin cambios en el exterior. Apartada de la carretera y construida en medio de extensos jardines, recibe a los visitantes con un majestuoso pórtico frontal y cuatro estatuas de querubines bailando a lo largo del techo.
Durante décadas, las autoridades de Alemania Occidental lucharon por saber qué hacer con el edificio. Mientras los sobrevivientes presionaban al gobierno para que lo convirtiera en un lugar para aprender sobre el Holocausto y documentar los crímenes de los perpetradores, los funcionarios no tomaron ninguna decisión. Algunos dijeron que les preocupaba que se convirtiera en un lugar de peregrinación para los viejos nazis, otros consideraron arrasarlo por completo “para que no quede nada de esta casa del horror”.
Joseph Wulf, un luchador de la resistencia judía que escapó de una marcha de la muerte en Auschwitz y se convirtió en un historiador respetado después de la guerra, dirigió la campaña inicial para convertir la villa en un instituto histórico y conmemorativo. Encima de su escritorio había pegado una nota en hebreo sobre los seis millones de judíos que fueron asesinados por los nazis. “¡Recuerda! 6.000.000”, se leía en el papel.
Wulf fue rechazado en repetidas oportunidades y en una carta que le escribió a su hijo en 1974 expresó su desesperación: “Puedes proporcionarles evidencias a los alemanes hasta que la cara se te ponga azul”, escribió. “Puede existir el gobierno más democrático”, continúa, “y, sin embargo, los asesinos en masa caminan libremente, tienen sus casitas y cultivan flores”.
Unos meses después, se suicidó.
Hasta la década de 1980, la villa fue un albergue juvenil para viajes escolares. Solo después de la reunificación, en 1992, se convirtió en un memorial.
“Nos gusta pensar en nosotros mismos como campeones de la memoria en Alemania”, dijo Jan Beckmann, un historiador que dirige visitas guiadas en la villa de Wannsee en la actualidad. “Pero tomó décadas. De verdad tomó una generación”.
Para muchos, el aniversario de la Conferencia de Wannsee es menos importante que la liberación de Auschwitz o el levantamiento del gueto de Varsovia, que se centran en las víctimas del terror nazi. Pero se destaca como una fecha rara, y conmemorativa, para centrarse en los perpetradores del Holocausto, documentando la maquinaria genocida del Estado nazi.
El anfitrión de ese día de enero de 1942 era Reinhard Heydrich, el poderoso jefe del servicio de seguridad y de las SS, a quien Hermann Göring, la mano derecha de Hitler, había encargado de la “solución final” que debía coordinarse con otros departamentos gubernamentales y ministerios.
Los hombres que Heydrich invitó eran altos funcionarios y miembros del partido. La mayoría tenía 30 años, nueve de ellos tenían títulos en derecho, y más de la mitad tenían doctorados.
Cuando se reunieron alrededor de una mesa con vista al lago Wannsee, el genocidio ya estaba en marcha. Las deportaciones de judíos y los asesinatos en masa en los territorios del Este habían comenzado el otoño anterior, pero esa reunión sentó las bases para una maquinaria de asesinatos en masa que involucraría a todo el aparato estatal y, en última instancia, a millones de alemanes en diferentes roles.
“Ahí fue donde la burocracia entró en acción”, dijo Lipstadt.
Se le pidió a Adolf Eichmann, jefe del departamento de “asuntos judíos y desalojos” en el Ministerio del Interior, quien luego organizaría las deportaciones a los campos de exterminio, que tomara la minuta de la reunión. Solo sobrevivió una de las 30 copias de su protocolo de 15 páginas, marcadas en rojo como “secreto” en la primera página. Fue descubierto por soldados estadounidenses entre los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores después de la guerra.
El protocolo de Eichmann resumió el alcance de la tarea en una tabla estadística detallada de las poblaciones judías en toda Europa, incluida no solo la Unión Soviética, sino también Inglaterra, Irlanda y Suiza.
“Con la debida autorización del Führer, la emigración ha sido remplazada por la evacuación de los judíos hacia el Este como otra posible solución”, señaló el protocolo. “En el curso de esta solución final de la cuestión judía, se tendrán en cuenta aproximadamente 11 millones de judíos”.
Luego, el documento procede a exponer con cierto detalle cómo sería esa solución final.
“Bajo la supervisión adecuada, los judíos deben ser utilizados para trabajar en el Este de manera adecuada”, dijo. “En grandes columnas de trabajo, separados por sexo, los judíos capaces de trabajar serán enviados a estas regiones para construir caminos. En el proceso, sin duda, una gran parte se eliminará por reducción natural. A los que finalmente queden hay que darles un trato adecuado porque, sin duda representan, las partes más resistentes”.
“Los primeros judíos que sean evacuados serán trasladados, grupo por grupo, a los llamados guetos de tránsito, desde donde serán transportados hacia el Este”, continuó. “En cuanto a la forma en que se llevará a cabo la solución final en esos territorios europeos que ahora controlamos o donde influimos, se ha sugerido que los especialistas pertinentes del Ministerio de Relaciones Exteriores consulten con el oficial responsable de la Policía de Seguridad y la SD”.
Era el lenguaje de los burócratas. Pero nunca hubo ninguna duda de lo que el documento planteaba: “La eliminación completa de los judíos europeos”, como escribió Joseph Goebbels, el principal propagandista de Hitler, en su diario después de leer las actas.
Frank-Walter Steinmeier, actual presidente de Alemania y exministro de Relaciones Exteriores que pasó décadas trabajando con el servicio civil alemán, expresó su profunda inquietud y horror después de leer el protocolo durante una visita a la villa esta semana: el estilo y lenguaje del documento le resultaba absolutamente familiar.
“Lo que vemos es una máquina administrativa que funciona sin problemas, coordinación de departamentos, plantillas y procedimientos que, aparte del contenido de la reunión, son indistinguibles de los que todavía tenemos en los ministerios y administraciones”, dijo en un discurso posterior. “Es lo ordinario, lo familiar, lo que salta a la vista, nos horroriza y nos inquieta”.
Los 15 participantes de la Conferencia de Wannsee participaron en el Holocausto de manera directa. Algunos comandaron u organizaron escuadrones de la muerte, otros construyeron el marco legal para el genocidio.
Seis de ellos habían muerto en 1945. Solo dos fueron juzgados después de la guerra por su papel en el Holocausto. Eichmann fue ejecutado en Israel después de esconderse en Argentina durante años. Wilhelm Stuckart, coautor de las leyes raciales de Núremberg, fue liberado en 1949.
Otros tres fueron juzgados por delitos no relacionados y recibieron sentencias leves. Y cuatro nunca fueron acusados en absoluto. Gerhard Klopfer, un alto funcionario de la cancillería de Hitler, trabajó como abogado durante décadas después de la guerra. Cuando murió en 1987, su familia publicó un obituario que celebraba “una vida plena que benefició a todos los que estuvieron bajo su esfera de influencia”.
Ochenta años después de la Conferencia de Wannsee y 77 años después del final de la Segunda Guerra Mundial, los testigos de las atrocidades nazis se están muriendo.
Hace más de tres décadas, cuando Lipstadt, de 74 años y profesora de historia judía moderna y estudios del Holocausto en la Universidad de Emory, comenzó a dar clases era fácil encontrar sobrevivientes para que hablaran con sus alumnos.
“Cuando quería que un sobreviviente viniera a mi clase, me preguntaba: ‘¿Quiero un sobreviviente de un campamento o alguien que estuvo escondido? ¿Quiero a una persona de Europa del Este? ¿Quiero un alemán que vivió bajo las leyes durante ocho años antes de la deportación? ¿Quiero a alguien de la clandestinidad?’”, recuerda. “Ahora espero poder encontrar a alguien que esté lo suficientemente saludable como para poder venir”.
Fuente: https://www.nytimes.com
Por: Katrin Bennhold es la jefa del buró de Berlín. Exbecaria Nieman en la Universidad de Harvard, anteriormente reporteó desde Londres y París, en donde cubría una variedad de temas, desde el auge del populismo hasta el género. @kbennhold • Facebook
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