martes, 3 de octubre de 2017

Letra 247: Sinfonía N° 5 en mi menor Op. 64 de Tchaikovsky


PIOTR ILICH CHAIKOVSKI

(en ruso: Пётр Ильич Чайковский, romanización: Pëtr Il'ič Čajkovskijpronunciación: Acerca de este sonido /ˈpʲotr ɪlʲˈjit͡ɕ t͡ɕɪjˈkofskʲɪj/ (?·i)) (Vótkinsk, 25 de abriljul./ 7 de mayo de 1840greg.-San Petersburgo, 25 de octubrejul./ 6 de noviembre de 1893greg.)​ fue un compositor ruso del período del Romanticismo. Es autor de algunas de las obras de música clásica más famosas del repertorio actual, como los ballets El lago de los cisnes, La bella durmiente y El cascanueces, la Obertura 1812, la obertura-fantasía Romeo y Julieta, el Primer concierto para piano, el Concierto para violín, sus sinfonías Cuarta, Quinta y Sexta y la ópera Eugenio Oneguin.

Nacido en una familia de clase media, la educación que recibió Chaikovski estaba dirigida a prepararle como funcionario, a pesar de la precocidad musical que mostró. En contra de los deseos de su familia, decidió seguir una carrera musical y en 1862 accedió al Conservatorio de San Petersburgo, graduándose en 1865. La formación que recibió, formal y orientada al estilo musical occidental, lo apartó del movimiento contemporáneo nacionalista conocido como el «Grupo de los Cinco» conformado por un grupo de jóvenes compositores rusos, con los cuales Chaikovski mantuvo una relación profesional y de amistad a lo largo de su carrera.

Mientras desarrollaba su estilo, Chaikovski escribió música en varios géneros y formas, incluyendo la sinfonía, ópera, ballet, música instrumental, de cámara y la canción. A pesar de contar con varios éxitos, nunca tuvo mucha confianza o seguridad en sí mismo y su vida estuvo salpicada por crisis personales y periodos de depresión. Como factores que quizá contribuyeron a esto, pueden mencionarse su homosexualidad reprimida y el miedo a que se revelara su condición, su desastroso matrimonio y el repentino colapso de la única relación duradera que mantuvo en su vida adulta: su asociación de 13 años con la rica viuda Nadezhda von Meck. En medio de esta agitada vida personal, la reputación de Chaikovski aumentó; recibió honores por parte del zar, obtuvo una pensión vitalicia y fue alabado en las salas de conciertos de todo el mundo. Su repentina muerte a los 53 años suele atribuirse generalmente al cólera, pero algunos lo atribuyen a un suicidio.​

SINFONÍA N° 5 EN MI MENOR OP. 64

En la primavera de 1888, tras una de sus giras europeas más importantes, en la que conoció a Brahms y a Grieg y escuchó una sinfonía del joven R. Strauss (que calificó de insincera y antinatural), el compositor decide apartarse del “mundanal ruido”. Se ha apuntado que Tchaikovsky sufría de cierta neurastenia crónica que le impedía disfrutar, e incluso, digerir los festejos y ovaciones que pocos compositores habían conocido en vida. Por ello, se instala en Frolovskoie, en pleno campo, lugar que lo seduce por completo: “Me he enamorado absolutamente de Frolovskoie; esta comarca me parece el cielo en la tierra”. En esta nueva residencia recobra la inspiración y comienza a exprimir una nueva sinfonía de su “cerebro embotado”. Hacia el 30 de mayo, ya estaba metido de lleno en la composición de la 5ª, tarea que combina con la composición de la obertura Hamlet. A principios de Agosto comenzó la orquestación que concluyó en unas tres semanas, con lo que quería demostrar al mundo que “no había muerto”. Ya anunciamos que la correspondencia del compositor es riquísima y, gracias a ella, podemos inferir los cambios continuos en la valoración de su propia obra como reflejo de la personalidad insegura y fluctuante del músico. Así, el 19 de agosto escribía a von Meck: “Ahora que la sinfonía está terminada puedo decir que, a Dios gracias, no es peor que las otras. ¡Esta certeza me es agradable!”. Poco después, las primeras pruebas hacían furor entre sus amigos de Moscú, sobre todo en Taneiev, como se deduce de sus cartas: “Mis amigos están en éxtasis por lo de la sinfonía, pero habrá que ver cómo la reciben el público y el mundo musical de San Petersburgo”.

Como si de un vidente se tratase, no erró en sus pronósticos. La obra fue estrenada en la Sociedad Filarmónica de San Petersburgo, el 5 de Noviembre del mismo año, junto al Concierto nº2 para piano, bajo la dirección del propio Tchaikovsky. La crítica recibió fríamente la sinfonía. Ivánov encontraba la Quinta inferior a la Segunda y la Cuarta, y con reminiscencias de Francesca da Rímini; calificaba de brillante la orquestación, pero no estaba de acuerdo en el uso excesivo del los vientos. Estos comentarios influyeron en la consideración de la partitura por parte de su autor, quien comenzaba a preguntarse si estaba en el comienzo del fin. Dicha conciencia de fracaso le producía gran angustia: “La sinfonía se ha vuelto demasiado florida, grandiosa, insincera y prolija; muy desagradable, en resumen”. Sin embargo, pocos meses después, ocurrió un hecho que devolvió el optimismo a Tchaikovsky. En Marzo de 1889, viaja a Hamburgo para dirigir, entre otras obras, la nº5, que había dedicado a algunos críticos de dicha ciudad. Allí coincidió con Brahms, quien amablemente asistió al primer ensayo. Tras su lectura, la obra fue bien acogida por la orquesta y por el compositor alemán, salvo el último movimiento. El exitoso estreno tuvo lugar el 15 de Marzo y, a partir de esta fecha, la sinfonía volvió a gustar a su autor y comenzó a cautivar al público. En Nueva York, a principios de la década de los noventa, afirmaría: “Parece como si yo fuera diez veces más conocido en Norteamérica que en Europa. Hay algunas piezas mías que siguen sin ser conocidas en Moscú; aquí las tocan varias veces por temporada y escriben artículos enteros sobre ellos. Han tocado la Quinta Sinfonía en los dos años pasados, ¿no es divertido? En los ensayos los intérpretes me brindaron una acogida entusiasta”.

Estructura

La Sinfonía nº5 en mi menor se divide en cuatro movimientos (Adagio-Allegro con anima; Andante cantabile con alcuna licenza; Allegro moderato; Andante maestoso- Allegro vivace) en los que aparece, bajo variadas formas, una idea directriz. Pese a no basarse en un programa detallado, continúa en la línea de la nº4, basada también en el “mal de los tristes”, el Destino. La instrumentación adoptada para llevar a cabo estos propósitos es la usual: tres flautas, resto de maderas a dos, cuatro trompas, dos trompetas, tres trombones, tuba, timbales y cuerda.

Adagio-Allegro con anima

En una hoja de bocetos, Tchaikovsky había anotado una especie de guión dramático: “Introducción: sumisión total ante el destino o, lo que es igual, ante la predestinación ineluctable de la providencia”. La atmósfera propicia se consigue gracias a la presentación en pianissimo del tema cíclico en los clarinetes, fagotes y cuerda en registro grave a modo de coral sombrío y triste. Se intuyen ciertas reminiscencias de marcha por el compás de subdivisión binaria y la utilización del motivo con puntillo. El “tema con motto”, que expresa la resignación humana, incorpora una cita del Trío del Acto I de Una vida por el zar de Glinka. El Allegro (6/8) comienza con un primer tema airoso e inquieto (¿quizás la voluntad de vivir?) de las maderas sobre breves acordes de las cuerdas, cuyo ritmo, anacrúsico y enérgico, será muy recurrente. Este se amplía hasta llegar a un “estallido de fanfarrias del metal sobre su célula inicial”. La tensión asciende súbitamente y unos suspiros quejumbrosos recuerdan, en cierto modo, los “murmullos, dudas y reproches” que se anunciaban en el boceto. El segundo tema, más cantabile, nos lleva a la luz con su modo mayor y el arpegio en pizzicato, y nos sumerge en el clímax de la música de ballet (precedente del vals del tercer movimiento) con una de las melodías más bellas y expresivas del músico, la cual culmina en un fortissimo recordando el impulso rítmico inicial. El desarrollo, bastante libre, se basa en la superposición de temas, ritmos, dinámicas, intervalos de 5ª descendente. Concluye el movimiento con la reexposición de abundante colorido y una coda basada en el ritmo inquietante que camina sobre un pulso de metales y que finalmente se acalla.

Andante cantabile con alcuna licenza

La fuerza del “tema con motto” no necesita tregua por lo que Tchaikovsky se adentra aún más en la profunda expresividad del que constituye uno de sus movimientos lentos más logrados. El boceto programático se refiere a este segundo movimiento como sigue: “II. ¿No valdría más entregarse por completo a la fe? El programa es excelente si consigo llegar a realizarlo”. Estructurado con la forma de lied ternario, comienza con una noble melodía en la trompa, a la que se une el clarinete y el oboe en contrapunto. Tras este pasaje, continúa una segunda idea de lirismo extremo, confiada a los cellos, seguidos de los violines en la misma nota “dolorosa y resignada”. En la sección central (Moderato con anima), iniciada por un gracioso dúo de clarinete y fagot adornado con trinos, vuelve con fuerza el tema cíclico en las trompetas, distorsionando y ensombreciendo la melancolía anterior. Éste reaparece en la tercera parte en los violines, muriendo el movimiento con una serenidad recobrada. 

Allegro moderato

Si las dos incursiones del motivo del fatum eran, en el segundo tiempo, un tanto violentas, su entrada al final del siguiente vals, danza predilecta del compositor – que aquí sustituye al habitual Scherzo-, es tan modesta como benigna. Destaca en el tercer movimiento el compás ternario del vals, sus ornamentaciones llenas de elegancia, y el motivo inicial que va pasando por los distintos instrumentos. La parte central se vuelve más inquieta e intrépida con un insistente staccato, volviendo el tema cíclico, con tristeza contenida, antes del final.

Andante maestoso- Allegro vivace

En la introducción para el Finale, ya en tonalidad mayor y con impronta propia, el tema, sin embargo, anuncia algún trazo de amenaza que se afirmará en forma de coral grandioso. Este canto de victoria simboliza, según algunos autores, el triunfo desesperado del destino y, según otros, la gloria de la fe, aunque Tchaikovsky no estuviera profundamente convencido de sus creencias en esa época. El movimiento se convierte casi en una fiesta que culmina con toda la “pompa y circunstancia” de los instrumentos de cobre y la reaparición del tema principal del primer movimiento, ahora apoteósico. Sin embargo, en opinión de Brown, las reiteraciones escuetas y baldías en la coda tienen un timbre vacío que hacen que este tiempo sea el más débil y, de hecho, el que menos convencía al compositor.

En conclusión, esta obra nos asombra por el dinamismo de la escritura orquestal que es llevado al extremo mediante la construcción de zonas de clímax extendidas hasta un punto que roza la histeria. La manipulación de colores tonales oscuros, por otro lado, consigue crear la típica atmósfera de melancolía de las sinfonías tchaikovskianas. Sea como fuere, el final queda abierto, y pide a gritos una interpretación individual y una escucha activa, convirtiéndose la música en “un instrumento de comunicación de los deseos y las esperanzas humanas”. Si durante algún tiempo el arte de Tchaikovsky fue rechazado en nombre de la modernidad, hoy se encuentra plenamente justificado en los senderos posmodernos donde el sentimiento se revaloriza frente a la razón.





CADENA DE LETRAS