El estruendoso silencio, nos invade, desgarra e inmoviliza en forma arbitraria, nada más destructor.
Cuando en el siglo pasado escribías una carta, ya sea a mano o con la ayuda de una máquina de escribir, si, bien digo máquina de escribir; luego de ensobrarla, te trasladabas a la oficina del correo para despacharla. Luego de un tiempo de espera, dependiendo del destino, esperabas la respectiva y ansiada respuesta. Podías o no recibir una contestación, podía tardar de una semana a varias semanas. Si no recibías respuesta se le atribuía casi siempre, a que la carta de había extraviado, la tuya o quien te respondía.
A finales del siglo pasado y en especial en este siglo con la ayuda de la tecnología a nuestro alcance, llámese correo electrónico, chateo en tiempo real, que alguien no conteste, es un claro mensaje, de la realidad con quien estas tratando. Dejar de contestar un correo electrónico, por ejemplo, sabiendo que existen formas de saber que el mensaje llegó y fue abierto. Si se abre un mensaje da a entender que este si fue leído.
No contestar en forma oportuna a una llamada o mensaje es una clara demostración de desinterés, desprecio por quien se comunica.
Convivimos en una sociedad global y esta se ha reducido de tamaño por las tecnologías a nuestro alcance. No seamos maleducados, si recibimos un mensaje de quien conocemos o no, demos una respuesta en el tiempo, es decir oportuna. Las respuestas de silencio se pueden malinterpretar y la persona que no responde asume ese riesgo. Si uno tiene algo que decir, hay que ser valiente y decirlo con un par de palabras. La fortaleza de la palabra asertivo, se torna relevante.
No actuemos con soberbia, con ignorancia, la comunicación es importante entre las personas y esta se logra solamente con buena disposición.
Demostremos nuestro respeto por nuestros interlocutores, siendo civilizadamente educados con nuestras acciones, que hablen por nosotros.
Recordemos el viejo refrán: «No hagas a otros, lo que no quieres que te hagan a ti».
Por ello siempre que te escriban, contesta, siempre que te llamen devuelve la llamada, siempre que te saluden o pregunten, responde.
No tenemos derecho de ignorar a nadie.
Antonio Tomasio. Autor de los libros Uno (Yo) y Mi hijo, mi maestro. Escríbe a atomasio@antoniotomasio.com con tus preguntas o sugerencias o visita la página http://www.antoniotomasio.com
Cuando en el siglo pasado escribías una carta, ya sea a mano o con la ayuda de una máquina de escribir, si, bien digo máquina de escribir; luego de ensobrarla, te trasladabas a la oficina del correo para despacharla. Luego de un tiempo de espera, dependiendo del destino, esperabas la respectiva y ansiada respuesta. Podías o no recibir una contestación, podía tardar de una semana a varias semanas. Si no recibías respuesta se le atribuía casi siempre, a que la carta de había extraviado, la tuya o quien te respondía.
A finales del siglo pasado y en especial en este siglo con la ayuda de la tecnología a nuestro alcance, llámese correo electrónico, chateo en tiempo real, que alguien no conteste, es un claro mensaje, de la realidad con quien estas tratando. Dejar de contestar un correo electrónico, por ejemplo, sabiendo que existen formas de saber que el mensaje llegó y fue abierto. Si se abre un mensaje da a entender que este si fue leído.
No contestar en forma oportuna a una llamada o mensaje es una clara demostración de desinterés, desprecio por quien se comunica.
Convivimos en una sociedad global y esta se ha reducido de tamaño por las tecnologías a nuestro alcance. No seamos maleducados, si recibimos un mensaje de quien conocemos o no, demos una respuesta en el tiempo, es decir oportuna. Las respuestas de silencio se pueden malinterpretar y la persona que no responde asume ese riesgo. Si uno tiene algo que decir, hay que ser valiente y decirlo con un par de palabras. La fortaleza de la palabra asertivo, se torna relevante.
No actuemos con soberbia, con ignorancia, la comunicación es importante entre las personas y esta se logra solamente con buena disposición.
Demostremos nuestro respeto por nuestros interlocutores, siendo civilizadamente educados con nuestras acciones, que hablen por nosotros.
Recordemos el viejo refrán: «No hagas a otros, lo que no quieres que te hagan a ti».
Por ello siempre que te escriban, contesta, siempre que te llamen devuelve la llamada, siempre que te saluden o pregunten, responde.
No tenemos derecho de ignorar a nadie.
Antonio Tomasio. Autor de los libros Uno (Yo) y Mi hijo, mi maestro. Escríbe a atomasio@antoniotomasio.com con tus preguntas o sugerencias o visita la página http://www.antoniotomasio.com