J. R. R. TOLKIEN
John Ronald Reuel Tolkien, CBE (Bloemfontein, hoy Sudáfrica; 3 de enero de 1892 - Bournemouth, Dorset, Inglaterra; 2 de septiembre de 1973), a menudo citado como J. R. R. Tolkien o JRRT, fue un escritor, poeta, filólogo y profesor universitario británico, conocido principalmente por ser el autor de las novelas clásicas de la alta fantasía El hobbit y El Señor de los Anillos.
MITOPOEIA
En una reunión, C. S. Lewis preguntó si los escritores de cuentos se dedicaban a "dorar mentiras". Para responder, Tolkien compuso un poema llamado Mitopoeia, en que Filomito responde a Misomito sobre la acusación de contar "mentiras a través de plata".
La pregunta de Lewis señalaba simplemente lo que muchos piensan. La fantasía les parece peligrosa porque hace trucos y combinaciones, como si un mago quisiera cambiar la realidad o engañarnos. Una actividad así sería ilegítima y antinatural.
Ante la desconfianza, Tolkien asegura que esta forma de creatividad es natural en el hombre. No destruye su capacidad de comprender la realidad, sino que la mejora; es incluso una poderosa aliada de la sabiduría. "Una de las enseñanzas de los cuentos... (si es que puede hablarse de enseñanza en las cosas que no la imparten) es que a la juventud inexperta, abúlica y engreída, el peligro, el dolor y el aleteo de la muerte suelen proporcionarle dignidad y hasta en ciertos casos sentido común".
Por supuesto, Tolkien también era consciente del peligro a que conducen los excesos y no dudó en advertir contra ellos; a la fantasía se la puede utilizar mal y aplicar a fines perversos, puede confundir las mentes de las que procede. Si en lugar de ayudar a conocer mejor la realidad, la imaginación la obstruyera, la fantasía como tal moriría y quedaría sólo un enfermizo engaño. Por eso el escritor debe esforzarse por labrar su obra en la consistencia interna que sólo da la verdad.
Del filomito a misomito.
Miras los árboles y dices «son árboles»,
(porque los árboles «crecen» y son «árboles»)
Mientras, solemnes, van tus pasos por la Tierra,
Pequeña como tantas otros orbes espaciales.
Y una estrella, por cierto, es una «estrella».
Una bola de materia confinada a trayectos
Matemáticos, prescritos en el frío e inerme vacío
Donde mueren, incesantes, los átomos sin cuenta.
Por fuerza de una voluntad que (aunque debemos)
Adoramos, aunque comprendemos solo a medias,
Se despliegan los cursos y procesos del Destino,
desde el oscuro comienzo al incierto final, como si
De una hoja sobre-escrita (y sin guía) se tratara. Llena
de caligrafías y colores de los matices más variados,
con innumerables formas que aparecen, ora frágiles,
ora hermosas, delicadas, extrañas, ajenas a nosotros,
con la sola excepción de ese Origen común y lejano
que une al hombre, al mosco, a la piedra y al sol.
Dios hizo la piedra «pétrea» y los árboles «arbóreos»,
La tierra «telúrica», las estrellas «estelares» e igual
A nosotros, hombrecillos que andamos por el mundo,
Sensibles al más mínimo roce del sonido o la luz.
La cadencia de los mares, el viento en el ramaje,
La hierba verde, la extraña lentitud de los ganados,
El trueno, el relámpago, las aves que giran cantando,
El limo que se aferra al barro para vivir y perecer.
Cada cual se registra en los pliegues del cerebro
Con una fuerza y una forma singular y discreta.
Pero el «árbol» no fue «el árbol» hasta que se lo vio
Y nombró, cuando hubo quienes con aire desplegaron
el intrincado aliento del Lenguaje, eco difuso del mundo,
imagen imprecisa (ni huella ni fotografía) sino juicio,
augurio, alegre respuesta de aquellos a quienes
con profundo apremio tocó todo aquello que atañera
la vida y la muerte de los árboles, las bestias y los astros:
esos cautivos que, por propia voluntad, horadaron
los fríos barrotes de una prisión sombría, ahondando
en eso que ya sabían desde antes y colando con cuidado
el sentido, de aquello que es propio del espíritu.
Poco a poco, desde dentro sacaron a la luz un gran poder
Y mirando hacia atrás contemplaron a los Elfos enhebrando
Secretos telares en las sutiles forjas de la mente.
No verá nunca las estrellas quien no las vea primero
Hechas de la plata viva que súbita estalla en llamas
Como flores en el corazón de aquella remota canción,
Cuyo eco póstumo ha persistido tanto tiempo.
No hay, en verdad, un firmamento, ni una Tierra,
si no existe primero el vientre de una madre.
El corazón del Hombre no es un amasijo de mentiras.
Bebe todavía de la sabiduría del Único, que es sabio,
A quien recuerda; pues, si bien por largos años exiliado
el Hombre no ha perdido ni ha cambiado por completo.
Acaso ha perdido la Gracia, mas no toda y aun conserva
los andrajos de su señorío, el dominio del mundo
a través del acto de crear: suyo, aunque no para adorar
al Artefacto. Oh Hombre, pequeño creador, luz
de un Blanco singular en muchos tonos refractado
e infinitamente combinado en formas incansables.
Aunque llenemos todas las honduras de la Tierra
con elfos y duendecillos colorados; aunque nos
atrevamos a crear a nuestros dioses y sus eternas
moradas de luz y oscuridad; aunque sembremos la
semilla que dio en fruto a los dragones, no obraremos
fuera del derecho. Ese derecho sigue siendo nuestro.
Creamos todavía por la Ley que así nos concibió.
¡Sí, es cierto! A veces nos contamos sueños y mentiras
Para confortar nuestros corazones y aguantar la sombra
Que se cierne. Pero ¿de dónde vienen el ansia y el poder
de soñar y discernir entre lo que es bueno y lo que es malo?
No por nada deseamos, ni en vano buscamos formas
Para cumplir nuestros anhelos. Pues el dolor es el dolor
Ni bueno, ni tampoco deseable, sino aciago y adverso,
Y por algo luchamos contra él y contra el Mal. Porque del
Mal solo esto es terriblemente cierto y es que el Mal existe.
Benditos esos corazones tímidos que rechazan la oscuridad
Porque, aunque encogidos bajo su Sombra, no abren
Puertas ni buscan parlamentos. Benditos los que en
Un cuarto guarnecido, aunque pequeño y desnudo
Hilan franjas de oro en telares torpes y rudimentarios,
Creyendo y esperando aún bajo el dominio de la Sombra.
Benditos los Hombres de la raza de Noé, quienes con
Arcas tan pequeñas, precarias y pobremente guarnecidas,
Surcan aguas tormentosas tras el fantasma de un rumor,
De un puerto lejano e invisible atisbado por la Fe.
Benditos los hacedores de leyendas y sus rimas que hablan
De cosas que no se hayan en los anales de la Historia.
No son ellos quienes han olvidado la Noche, ni quienes
Nos han conducido al deleite organizado de los paraísos
Económicos de aquellos dispuestos a perjurar almas
Por el amor falsificado de los doblemente seducidos.
Esos y otros edenes más hermosos vieron ellos y aquellos
aún con noticias de los mismos han de andarse con cuidado.
Pero los hacedores vieron a la Muerte y asistieron, tristes,
A la derrota final. Mas no huyeron con desesperación;
Con sus liras prepararon un canto de victoria y encendieron
Sus corazones con un fuego legendario que iluminó
El negro Ahora y los Días que han venido y marchado,
Con la luz de soles que los mortales no han visto todavía.
¡Cuanto quisiera poder ir codo a codo con los bardos
Y despertar lo invisible con la cuerda inquieta de mi lira!
¡Cómo desearía ir con los marinos de aguas profundas
Que hacen sus barcas bajo la enseña de montes escarpados,
En sus largas y errabundas travesías, buscando trasponer
Las fronteras del Oeste del que hablan las leyendas!
¡Ojalá pudiera estar con esos pobres locos abatidos
Que aún resisten en fortalezas recónditas donde su oro,
Aunque impuro y escaso, siguen acuñando a imagen
Del ese Rey lejano cuya heráldica aun ondea y restalla
En los banderines que ellos alzan en su nombre!
No caminaré del lado de ustedes, simios materialistas,
Tan erectos y sapientes. Delante de ustedes asoma el
abismo al que tiende el delirio utilitario, si acaso,
por piedad, Dios mismo no le pone término al yermo
curso que persiste una y otra vez cambiándose de nombre.
No caminaré por sus monótonos y vetustos senderos
denotando esto y aquello, con esto y esto otro,
en aquel pequeño e inmutable mundo vuestro en el que
ya no hay lugar para el pequeño creador y su Arte.
Aun no llega la hora en que la Corona de Hierro me
vea postrado y despojado de mi pequeño señorío.
En el Edén, acaso, la mirada podría perderse en
La contemplación del Día sin Fin que ilumina
El renovado reflejo de la verdad en un cristal.
Entonces, al mirar en pos de la Tierra bendecida,
Vería que todo es como es, y aun así ha nacido libre,
Pues la salvación no cambia ni tampoco destruye
Ni al jardín ni al jardinero, ni al niño ni al juguete;
Y no verá Mal, pues no hay mal en la imagen de Dios
Sino en la visión desfigurada; no en la fuente sino
En la elección hecha con malicia; ni en el sonido
De su música, sino en la voz desafinada. Mas
En el Edén no hay torcedura, ni ruido ni maldad;
Todo ha sido rehecho y renovado en la Verdad.
Pero los poetas, vivos todavía, seguirán contando
Sus historias. Y una llama coronará sus frentes,
Y en sus harpas, sus dedos caerán precisos sobre
Las notas que ellos elejirán del Todo, para siempre.