sábado, 4 de enero de 2014

Cuento: Fuego de fútbol en Año Nuevo


DE FRANCISCO BALLÓN AGUIRRE
(Fragmento de novela)

Fue a finales de diciembre del segundo año que estaba en el Manu deshojando zancudotes y aguaitando la correntada del río que da la ilusión de estar quieta, cuando una isula nostálgica me picó, porque recordé que mi mama nos regalaba una pelota de trapos para que recibiéramos el Año Nuevo jugando un partido de futbol y esa noche los chicos, niños al fin, la bañábamos en ron de quemar, ¡metíamos goles de fuego!

Conseguí tocuyos viejos, medias sin talón, cotencios, retazos de sabe Dios... los ovillé amarrándolos con guatos hasta lograr una bola compacta. Y la vendé con más andrajos, atrincándola bien, finalmente la envolví con alambre oxidado para mantener su forma y le unté cebo. Bola en mano les conté a mis vecinos y carcajeándose aceptaron escenificar esa alegoría de prenderle la barba a Cronos. Calculé que cada harapienta aguantaría apenas cinco minutos, pero armé solamente ocho, no estaba para precisiones ni tenía con qué. Los pueblerinos completamos nuestros fogosos reforzándonos con Magno, un muchacho buscador de oro. Eligiendo entre llamarnos loros o dorados nos salió "Lorados" y los colonos envenenaron el suyo poniéndose "Los Jergones". A la plaza la convertimos en cancha y marcamos los arcos con antorchas haciéndole fuego a la celebración y, naturalmente, servían de fósforos gigantes porque esa noche las tinieblas estaban de luto. 

Desde que el árbitro le prendió las mechas, ella salió bailando un gallinacito de fogón y humo y en su lengua de trapo tarareaba los sones de las candelas frotándose contra el viento, queriendo apagarse y a la vez creciendo. Saltamonteaba cojeando,  brincando y parándose de cabeza, y despedía trocitos de tela forrados en luces rojas y azulimarillas, y echaba chispitas que desentonaban con la selva negra sin los ninacuros lamparines ni los grillos colonchones, ¿espantados por el griterío o viendo maravillados el arder del partido? Sus botes dejaban huellas inflamadas por el suelo, como si un dragón con gripe se sonara los mocos con pañuelos fosforescentes, y claro, si tratábamos de dominarla y queríamos volverla a chotear se agarraba de la pierna o peor aún se enganchaba al pie y teníamos que sacárnosla y echarnos agua haciéndonos los machitos, porque se entenderá que en el fin del mundo jugábamos patacalas. Necesitábamos bomberos forestales que extinguieran los achiotes en flor, los labios calientes y los gallitos de las rocas que se encendían recién nacidos. Dada su naturaleza traposienta, aunque la pateáramos de lleno se iba por donde le daba su realísima gana y el despelote(ta) reinaba a pesar del árbitro ya que todos los pirómanos queríamos morder la manzana quemaramelada al mismo tiempo. La andrajosa al consumirse se des-pe-da-za-ba y el partido tenía que  reiniciarse desde donde quedó la piltrafa más gRA n dE. Ella contraatacaba repartiendo escaldaduras a granel y usábamos de remedio casero grasa de sajino con miel silvestre y yerba carnicera bien chancada, tallo y todo.

Y pasó que no pude escapar a mi destino de arquero y por eso que no debe, pero sucede, el hijo de su madre del árbitro benefició al serpentario cobrándonos un penal, ¡un penal!, ¡barajo a quién se le ocurre! Y debo aclarar aquí que él era un viejo colonizador y estaba emponzoñado, pienso, porque no atendí los papeles de una ampliación que quería sobre un terreno ajeno y yo, a esas alturas, ya había agarrado cierta maña de superponer los planos a las intenciones. Sin un reglamento ni un código contra incendios se atizó el juego. Felizmente a pesar del descoronte la savia no llegó al Manu y mi capilla ardiente quedó a unos cuatro metros del arco y no tuve otra que plantarme al medio. Si la tapaba ganábamos, porque a esas alturas íbamos dos a uno a nuestro favor. Los goles anteriores se cocinaron estilo revolución caliente pide la mente, o sea a puntapiés, cabezazos, faus, pollos… que todos empleábamos a mansalva, y ahora éramos un campo(de)santo(s).


Algún ser caritativo trajo un lavador con agua y lo dejó al costadito de mi antorcha derecha, por si tenía la mala maleza de freírme. El chichiquero Odilón Abarca, uno de los crótalos sin cascabel, cobró el tiro, quería encontrar gol-d en mi arco. Con sus pupilas verticales me ojearía presa fácil y ¡choteó! Vi zarpar a la oriflama velas al viento en trayectoria de cometa errante, con núcleo incandescente, cola blanca de novia y sus alrededores despidiendo flamas violetas y anaranjadas, y se estrelló en mi cara dejándola sin pestañas ni cejas ni expresión. El jergón embaló a liquidarme y yo, aunque tragaba ceniza, tenía el pelo prendido y estaba ciego, serenísimo, salí cueteado tras lo que imaginé sería la bola y le metí con toda mi alma un patadón, chactándola, y quebrándole la pierna a Odilón. "¡Ganamos, ganamos, feliz año nuevo!", festejaban los lorados, ¿y si el próximo año jugamos matagente?, les pregunté mientras me baldeaban.

Arequipeñismos:

 
  • cotencio/yute tupido
  • guato/cordón
  • colonchones/desorejados
  • gallinacito/nombre de un baile
  • patacalas/descalzos
  • descoronte/desbarajuste
  • barajo/carajo
  • tostadera/bronca
  • faus/golpes malintencionados
  • chichiquero/buscador de oro
  • cueteado/veloz
  • chactándola/aplastándola