SAMUEL T. COLERIDGE
Poeta y filósofo inglés nacido en Ottery St. Mary, en 1772. Recibió una estricta educación primaria en un internado londinense y posteriormente fue matriculado en el "Jesus College" de la Universidad de Cambridge. Suspendió los estudios universitarios y se relacionó con poetas importantes como Southey y Lowell, de cuya amistad nacieron sus primeras publicaciones "La caída de Robespierre" en 1794 y "Poemas misceláneos" en 1796. En 1798 escribió con William Wordsworth "Las baladas líricas", obra que marcó el comienzo del movimiento romántico inglés. Su interés por la teoría de Kant lo llevó hasta Alemania donde profundizó sus conocimientos filosóficos. De regreso a Londres en 1800, tradujo algunos poetas y dramaturgos alemanes. Olvidado por su familia y aquejado de múltiples dolencias, se refugió en casa de un amigo, donde produjo entre otras obras, "Biografía literaria" en 1817, "Hojas sibilinas" 1818 y "Ayudas para la reflexión" en 1825. Falleció en Londres en julio de 1834.
LA CANCIÓN DEL VIEJO MARINO
La Rima del Viejo Marinero (The Rime of the Ancient Mariner) es un poema del Romanticismo Inglés dividido en siete partes, se le han dado muchas interpretaciones a esta obra, pero quizás la más conocida es leerlo como una alegoría en la que el creerse superior a las fuerzas de la naturaleza acaba pagándose; el poema presenta a un anciano marinero que cuenta la historia de todo lo que le sucedió por matar a un albatros. Este poema se encuentra en la línea del Holandés o el Judío Errante, castigados por su orgullo. El poema tiene una gran riqueza de imágenes fantasmagóricas siguiendo el gusto de la época, muchos opinan que es probable que el autor compusiera este poema bajo los efectos del láudano, sustancia a la que se hizo adicto debido a una dolencia; por aquel entonces, sustancias que actualmente están consideradas como drogas se vendían como cualquier otro medicamento, de ahí que el poeta no fuera realmente consciente de su adicción. Este poema tiene su eco en la canción de Iron Maiden titulada igual que el poema.
Parte primera
Este es un viejo marinero
y a uno detiene de los tres;
«¿por tu ojo claro y barba gris,
Por qué me quieres detener.
Ves aquí la casa del novio,
su pariente cercano soy:
la gente se apresta, comienza la fiesta:
oír puedes el gayo clamor».
Y él, de su mano reseca, le para:
«Había una vez un barco...»
«¡Suéltame, viejo vagabundo!»
y presto retira la mano.
Y él, de su claro mirar, le detiene:
el invitado a la boda se para,
y le oye, atento como un niño.
Logra el marino lo que ansiaba.
El invitado se sienta en un poyo,
ya nada puede, sino escuchar,
y así le habla ese pobre vejete,
el marino de claro mirar:
«El barco alegre, el puerto alegre,
qué gozosos nos deslizamos
frente a la iglesia y la colina,
y frente a la torre del faro».
Surgió el sol a la izquierda,
¡salía de la propia mar!
¡alumbró, y al cabo, a la diestra
se sepultó en la propia mar!
Y día tras día más alto,
a la punta del mástil llegó...
Se da el invitado en el pecho,
al oír el ronco fagot.
La novia en el salón ha entrado,
como una rosa, roja y fresca,
y detrás, a compás, la siguen
los ministriles de la fiesta.
Se da el invitado en el pecho,
ya nada puede sino escuchar;
y así le habla ese pobre vejete,
el marinero de claro mirar.
«Y vino entonces la tormenta,
y era tiránica y feroz;
de sus alas nos torturaba,
y al sur nos arrastró.
Vencidos mástiles, bauprés hundido,
como el que, a palos perseguido,
en la sombra enemiga va
y angustiado la frente levanta,
así el bajel, al viento cruel,
hacia el sur, hacia el sur volaba.
Trayendo el frío insoportable
vinieron la niebla y la nieve:
y flotaban los altos hielos,
como las esmeraldas verdes».
«La nieve en montañas de blancas marañas
daba una torva claridad:
hombres no vimos, bestias no vimos,
¡El hielo, el hielo, y nada más!
¡El hielo aquí y el hielo allí,
hielo, hielo por todas partes:
gritaba, gruñía, saltaba, crujía;
tal oye quien va a desmayarse!»
«Y vino, por fin, un Albatros:
a través de la niebla vino;
como a un alma cristiana, salve
en el nombre de Dios dijimos.
Comió lo que nunca comiera,
al redor de la nave voló;
el hielo rompió un sordo trueno,
y el timonel a través pasó».
«Un viento suave movió la nave,
y el Albatros iba detrás,
¡Y a la algarabía marina acudía
por comer o por retozar!
Y en niebla y nieve, durante nueve
noches, reposó en los cordajes;
y entre la bruma la blanca luna
brillaba en el blanco paisaje».
«¡Te salve Dios, viejo marino
de los demonios! ¿Mas por qué
miras así?»- «Con mi ballesta
al Albatros maté»
Parte primera
Este es un viejo marinero
y a uno detiene de los tres;
«¿por tu ojo claro y barba gris,
Por qué me quieres detener.
Ves aquí la casa del novio,
su pariente cercano soy:
la gente se apresta, comienza la fiesta:
oír puedes el gayo clamor».
Y él, de su mano reseca, le para:
«Había una vez un barco...»
«¡Suéltame, viejo vagabundo!»
y presto retira la mano.
Y él, de su claro mirar, le detiene:
el invitado a la boda se para,
y le oye, atento como un niño.
Logra el marino lo que ansiaba.
El invitado se sienta en un poyo,
ya nada puede, sino escuchar,
y así le habla ese pobre vejete,
el marino de claro mirar:
«El barco alegre, el puerto alegre,
qué gozosos nos deslizamos
frente a la iglesia y la colina,
y frente a la torre del faro».
Surgió el sol a la izquierda,
¡salía de la propia mar!
¡alumbró, y al cabo, a la diestra
se sepultó en la propia mar!
Y día tras día más alto,
a la punta del mástil llegó...
Se da el invitado en el pecho,
al oír el ronco fagot.
La novia en el salón ha entrado,
como una rosa, roja y fresca,
y detrás, a compás, la siguen
los ministriles de la fiesta.
Se da el invitado en el pecho,
ya nada puede sino escuchar;
y así le habla ese pobre vejete,
el marinero de claro mirar.
«Y vino entonces la tormenta,
y era tiránica y feroz;
de sus alas nos torturaba,
y al sur nos arrastró.
Vencidos mástiles, bauprés hundido,
como el que, a palos perseguido,
en la sombra enemiga va
y angustiado la frente levanta,
así el bajel, al viento cruel,
hacia el sur, hacia el sur volaba.
Trayendo el frío insoportable
vinieron la niebla y la nieve:
y flotaban los altos hielos,
como las esmeraldas verdes».
«La nieve en montañas de blancas marañas
daba una torva claridad:
hombres no vimos, bestias no vimos,
¡El hielo, el hielo, y nada más!
¡El hielo aquí y el hielo allí,
hielo, hielo por todas partes:
gritaba, gruñía, saltaba, crujía;
tal oye quien va a desmayarse!»
«Y vino, por fin, un Albatros:
a través de la niebla vino;
como a un alma cristiana, salve
en el nombre de Dios dijimos.
Comió lo que nunca comiera,
al redor de la nave voló;
el hielo rompió un sordo trueno,
y el timonel a través pasó».
«Un viento suave movió la nave,
y el Albatros iba detrás,
¡Y a la algarabía marina acudía
por comer o por retozar!
Y en niebla y nieve, durante nueve
noches, reposó en los cordajes;
y entre la bruma la blanca luna
brillaba en el blanco paisaje».
«¡Te salve Dios, viejo marino
de los demonios! ¿Mas por qué
miras así?»- «Con mi ballesta
al Albatros maté»
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