Dilbert es el nombre de una tira satírica creada por Scott Adams que ha aparecido en los periódicos desde 1989, dando lugar a varios libros, una serie animada de TV y numerosos productos relacionados que van desde muñecos rellenos hasta helados. La trama de este cómic se desarrolla en el contexto de lo cotidiano para millones de empleados y oficinistas: políticas de oficina, jefes incompetentes, compañeros de trabajo molestos, asuntos sin sentido, juntas eternas, etc. El mismo tipo de cosas que la gente odia en su trabajo diario son las que provocan las carcajadas en Dilbert.
domingo, 26 de junio de 2016
Calvin and Hobbes (26-Jun.-2016)
Calvin y Hobbes es una tira cómica escrita y dibujada por Bill Watterson que relata, en clave de humor, las peripecias de Calvin, un imaginativo niño de 6 años, y Hobbes, su enérgico y sarcástico, aunque algo pomposo, tigre. La pareja recibe sus nombres de Juan Calvino, teólogo reformista francés del siglo XVI, y de Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII. La tira cómica se publicó diariamente desde el 18 de noviembre de 1985 hasta el 31 de diciembre de 1995, apareciendo en más de 2.400 periódicos y con más de 30 millones de ejemplares vendidos de sus 18 libros recopilatorios, lo cual la convierte en un referente de la cultura popular incluso en la actualidad.
sábado, 25 de junio de 2016
Libro de viejo: Nuevo diccionario de la Legislación Peruana
Autor(es): Germán Leguía y Martínez
Editorial: Tipografía El Lucero
Editorial: Tipografía El Lucero
Páginas: 646 (Tomo I) / 640 (Tomo II)
Tamaño: 18 x 26 cm.
Año: 1914 (Tomo I - Fascículo I) / 1921 (Tomo II - Fascículo VIII)
Año: 1914 (Tomo I - Fascículo I) / 1921 (Tomo II - Fascículo VIII)
Precio: S/60.00 (2 Tomos - 8 Fascículos)
Poeta 344: Benito Bonifaz
BENITO BONIFAZ
(Arequipa, 1 de junio de 1832 - 7 de marzo de 1858) fue un poeta y militar peruano. Fue conocido como "El Tirteo arequipeño". Fue hijo de Narciso Bonifaz y María Febres. Estudió en el Colegio Nacional de la Independencia Americana,
de su ciudad natal. Culminados sus estudios en 1852, se trasladó a
Lima, para seguir la carrera militar. Se incorporó a un cuerpo de
artillería de línea.
Se sumó a la revolución liberal acaudillada por el general Ramón Castilla en 1854, participando en la batalla de La Palma,
librada en las afueras de Lima, el 5 de enero de 1855. En agosto de ese
año fue puesto en prisión al ser acusado de actividades sediciosas; y,
alejado ya de Castilla, secundó la revolución que inició en Arequipa el general Manuel Ignacio de Vivanco. Apoyó a la causa revolucionaria con viriles poesías y discursos fogosos, muy emotivos, que enardecieron a los arequipeños.
Cuando Arequipa fue sitiada y atacada,
el ya entonces teniente coronel Benito Bonifaz asumió el comando en el
llamado Fuerte “Malakoff”, hacia el cual convergieron los mayores
ataques del adversario, muriendo de un balazo que le atravesó la tráquea
el 7 de marzo de 1858.
A UNA MUJER
¿Por qué me esquivas tu semblante hermoso
Y tus ojos apartas de los míos?
¿No temes, di, que apaguen tus desvíos
Mi ardiente corazón?
¿No te imaginas que mi vida entera
Puede exhalarse en el mortal suspiro
Que yo arranco del pecho si te miro
Desdeñando mi amor?
Dime, mujer más pura que la aurora
Al destellar en el rosado Oriente,
Si en tu mirar angélico, en tu frente,
¿Hay algo de mortal?
¿Di si como a mujer debo adorarte?
¡Misteriosa y divina criatura!
Feliz encarnación de la hermosura
¡De mística beldad!
Si has tomado prestadas bellas formas
Para traer una misión del cielo,
Y rasgando quizá tan débil velo
Nos vuelves a dejar:
Si aquí has venido a disipar la nube
Que limita del nombre el pensamiento,
O te ha enviado el Señor desde su asiento
Trayendo la verdad.
Si eres un rayo de la augusta aureola
Que circunda la frente del eterno
O el átomo lanzado al mundo externo
De su mente inmortal
Dímelo, pues, que para mí un arcano
¡Es tu presencia aquí!... ¡ah! yo en tu aliento
He bebido del amor el sentimiento
Más puro y divinal.
¡Contesta, por piedad!... no me desdeñes;
Desengáñame, pues, yo te lo ruego…
Es tan intenso el misterioso fuego
¡Que me consume ya!
¡Tan inmenso es mi amor! ¡Tal mi locura!
Que se pierde mi pobre inteligencia
Y el corazón, latiendo con violencia,
Lo siento zozobrar.
Seas una mujer, seas un ángel,
Seas nacida aquí, seas del cielo,
Mi albedrío, mi amor, todo mi anhelo
Te quiero consagrar.
¡Ah! para mí la vida es un martirio
Y me siento morir de pesadumbre…
Me agobia la ansiedad, la incertidumbre
¡La duda perennal!
Si eres de allá, perdona mis delirios,
Pues dichoso te diera mi existencia,
Si un ligero perfume de tu esencia
Me dieras al pasar.
Mas si naciste como yo en la tierra
Por compasión mis súplicas escucha
De este infeliz, que en tan dudosa lucha
Ya próximo a expirar.
Mi porvenir sin ti será un vacío
Mil veces más terrible que la muerte…
Tan sólo de pensar que he de perderte
Para siempre quizás,
Siento el dolor que con su mano impía
Rompe todas las fibras de mi alma
Y allá en el corazón, fúnebre calma
O matador afán.
Como es grande mi amor es mi creencia:
Creo con una fe tan acendrada
Que tú has venido al mundo destinada
Mis pasos a guiar,
Que si me abandonaras a mí mismo,
A mi lado pasando indiferente,
De mi santa creencia y mi fe ardiente
Me harías blasfemar.
Perdona si te ofendo: mas muy débil
Mi pobre entendimiento se extravía;
Se torna mi razón en insania
Porque al fin soy mortal!...
Pero dime también una palabra
Que llegue a mis oídos: de tu acento
La vibración más tenue y al momento
Mi fe revivirá.
Yo pulsaré las cuerdas de mi lira
Arrancándole notas armoniosas
Tan henchidas de unción, tan religiosas
Que el mismo Jehová
Entre las arpas santas que su gloria
Para ensalzarle y bendecirle encierra,
Los acentos del arpa de la tierra
¡Ay! no desdeñará.
Óyeme, pues, y deja que en tus labios
Asome una palabra de esperanza
Querubín o mujer, a ti se lanza
Mi alma sin vacilar;
Yo para ser feliz tan solo espero
Que rasgues con tus labios o tu mano
El misterioso, impenetrable arcano
Que encierra tu beldad.
¿Por qué me esquivas tu semblante hermoso
Y tus ojos apartas de los míos?
¿No temes, di, que apaguen tus desvíos
Mi ardiente corazón?
¿No te imaginas que mi vida entera
Puede exhalarse en el mortal suspiro
Que yo arranco del pecho si te miro
Desdeñando mi amor?
Dime, mujer más pura que la aurora
Al destellar en el rosado Oriente,
Si en tu mirar angélico, en tu frente,
¿Hay algo de mortal?
¿Di si como a mujer debo adorarte?
¡Misteriosa y divina criatura!
Feliz encarnación de la hermosura
¡De mística beldad!
Si has tomado prestadas bellas formas
Para traer una misión del cielo,
Y rasgando quizá tan débil velo
Nos vuelves a dejar:
Si aquí has venido a disipar la nube
Que limita del nombre el pensamiento,
O te ha enviado el Señor desde su asiento
Trayendo la verdad.
Si eres un rayo de la augusta aureola
Que circunda la frente del eterno
O el átomo lanzado al mundo externo
De su mente inmortal
Dímelo, pues, que para mí un arcano
¡Es tu presencia aquí!... ¡ah! yo en tu aliento
He bebido del amor el sentimiento
Más puro y divinal.
¡Contesta, por piedad!... no me desdeñes;
Desengáñame, pues, yo te lo ruego…
Es tan intenso el misterioso fuego
¡Que me consume ya!
¡Tan inmenso es mi amor! ¡Tal mi locura!
Que se pierde mi pobre inteligencia
Y el corazón, latiendo con violencia,
Lo siento zozobrar.
Seas una mujer, seas un ángel,
Seas nacida aquí, seas del cielo,
Mi albedrío, mi amor, todo mi anhelo
Te quiero consagrar.
¡Ah! para mí la vida es un martirio
Y me siento morir de pesadumbre…
Me agobia la ansiedad, la incertidumbre
¡La duda perennal!
Si eres de allá, perdona mis delirios,
Pues dichoso te diera mi existencia,
Si un ligero perfume de tu esencia
Me dieras al pasar.
Mas si naciste como yo en la tierra
Por compasión mis súplicas escucha
De este infeliz, que en tan dudosa lucha
Ya próximo a expirar.
Mi porvenir sin ti será un vacío
Mil veces más terrible que la muerte…
Tan sólo de pensar que he de perderte
Para siempre quizás,
Siento el dolor que con su mano impía
Rompe todas las fibras de mi alma
Y allá en el corazón, fúnebre calma
O matador afán.
Como es grande mi amor es mi creencia:
Creo con una fe tan acendrada
Que tú has venido al mundo destinada
Mis pasos a guiar,
Que si me abandonaras a mí mismo,
A mi lado pasando indiferente,
De mi santa creencia y mi fe ardiente
Me harías blasfemar.
Perdona si te ofendo: mas muy débil
Mi pobre entendimiento se extravía;
Se torna mi razón en insania
Porque al fin soy mortal!...
Pero dime también una palabra
Que llegue a mis oídos: de tu acento
La vibración más tenue y al momento
Mi fe revivirá.
Yo pulsaré las cuerdas de mi lira
Arrancándole notas armoniosas
Tan henchidas de unción, tan religiosas
Que el mismo Jehová
Entre las arpas santas que su gloria
Para ensalzarle y bendecirle encierra,
Los acentos del arpa de la tierra
¡Ay! no desdeñará.
Óyeme, pues, y deja que en tus labios
Asome una palabra de esperanza
Querubín o mujer, a ti se lanza
Mi alma sin vacilar;
Yo para ser feliz tan solo espero
Que rasgues con tus labios o tu mano
El misterioso, impenetrable arcano
Que encierra tu beldad.
MÁS INFORMACIÓN
- La Casona del poeta Benito Bonifaz - Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa
- Benito Bonifaz Febres | Poetas de Arequipa
- Arequipa Tradicional: La Revolución de 1858
Revista: Soho Perú 52
Editorial: Comunica 2
Páginas:
Formato: 23 x 30 cm.
Precio: S/20.00
MAS INFORMACION
- Revista: Soho Perú 51
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- Revista: Soho Perú 18
- Revista: Soho Perú 17
- Revista: Soho Perú 16
- Revista: Soho Perú 15
- Revista: Soho Perú 14
- Revista: Soho Perú 13
- Revista: Soho Perú 12
- Revista: Soho Perú 11
- Revista: Soho Perú 10
- Revista: Soho Perú 09
- Revista: Soho Perú 08
- Revista: Soho Perú 07
- Revista: Soho Perú 06
- Revista: Soho Perú 05
- Revista: Soho Perú 04
- Revista: Soho Perú 03
- Revista: Soho Perú 02
- Revista: Soho Perú 01
Libro: Iluminaciones y anécdotas
NO TEMÁIS A LA PERFECCIÓN; NUNCA LLEGARÉIS A ELLA
“Dalí es un genio”, declaraba Dalí. Estos Pensamientos, que incluyen varios inéditos, aportan la mayor prueba de que el maestro de Figueras no exageraba. Sobre pintura, religión, amor o su propia vida, las observaciones de Dalí, que llevan el inconfundible sello de su espíritu provocador, sorprenderán a más de uno por la mezcla de acidez y penetrante inteligencia. La fórmula magistral de uno de los genios de la imaginación y el humor del siglo XX. “La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco”, afirma Dalí. ¿Hasta qué punto tenía razón? Para saberlo, basta con entrar en su cabeza y leer sus pensamientos.
SALVADOR DALÍ
Figueres, Girona 1904-1989. Pintor, escultor, orfebre, escritor, libretista y escenógrafo, vivió marcado por las grandes tradiciones artísticas occidentales asimiladas desde una adolescencia díscola y creativa en un entorno familiar y social netamente tradicional. Una convulsa estancia en la madrileña Residencia de Estudiantes entre 1922 y 1926, así como diversos viajes juveniles a París le abrieron los horizontes mentales y artísticos y le permitieron ensayar el dominio de su propio destino.
“Dalí es un genio”, declaraba Dalí. Estos Pensamientos, que incluyen varios inéditos, aportan la mayor prueba de que el maestro de Figueras no exageraba. Sobre pintura, religión, amor o su propia vida, las observaciones de Dalí, que llevan el inconfundible sello de su espíritu provocador, sorprenderán a más de uno por la mezcla de acidez y penetrante inteligencia. La fórmula magistral de uno de los genios de la imaginación y el humor del siglo XX. “La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco”, afirma Dalí. ¿Hasta qué punto tenía razón? Para saberlo, basta con entrar en su cabeza y leer sus pensamientos.
SALVADOR DALÍ
Figueres, Girona 1904-1989. Pintor, escultor, orfebre, escritor, libretista y escenógrafo, vivió marcado por las grandes tradiciones artísticas occidentales asimiladas desde una adolescencia díscola y creativa en un entorno familiar y social netamente tradicional. Una convulsa estancia en la madrileña Residencia de Estudiantes entre 1922 y 1926, así como diversos viajes juveniles a París le abrieron los horizontes mentales y artísticos y le permitieron ensayar el dominio de su propio destino.
Autor(es): Salvador Dalí
Editorial: Plataforma
Páginas: 184
Tamaño: 14 x 22 cm.
Año: 2010
Precio: S/30.00
Editorial: Plataforma
Páginas: 184
Tamaño: 14 x 22 cm.
Año: 2010
Precio: S/30.00
Diccionario CCLXXXVI: Tenerías
"Pero el aletargamiento por el calor, mi incapacidad para interpretar los mapas o quizás el tremendo mareo del que todavía no estábamos totalmente recuperados tras respirar la nauseabunda pestilencia que manaba de las tenerías de la medina, fueron responsables de que nos perdiésemos en medio de la nada."
El encantador de saltamontes y otros ensayos sobre la historia natural de los parásitos. Página 64. David G. Jara. Guadalmazán. Córdoba, España - 2015.
Tenerías
Del fr. tannerie, der. de tan 'corteza de roble o de encina para curtir', y este del celta *tannos 'roble', 'encina'.
- f. curtiduría.
Curtiduría
De curtidor.
- f. Sitio o taller donde se curten y trabajan las pieles.
Fuente: Diccionario de la Lengua Española. Vigésima segunda edición.
LA CADENA DEL DICCIONARIO
- Antes - Diccionario CCLXXXV: Cagarrutas
- Después - Diccionario CCLXXXVII: Crematística
Libro: De un sueño ... a la realidad
BALLET FOLKLÓRICO DE LA UNSA
De niña quería ser bailarina de ballet, pero estudió enfermería y antropología. Fue la primera directora del Ballet Folklórico de la UNSA. Ha escrito un libro donde narra su mayor sueño.
Cuando llegaba la medianoche a Lucy Abarca Valencia solo le provocaba bailar con soltura. Mientras tarareaba la danza, imaginaba cómo debían moverse los pies acorde con la música. Aprovechaba el silencio para crear hasta las seis de la mañana.
Pasaba las noches y madrugadas en su casa, ideando coreografías. No encendía ningún equipo de música. Sobre el papel plasmaba los pasos simples y compuestos representados en aspas y puntos, que luego replicaba con los integrantes del grupo.
Abarca rememora esos momentos que dejó de dormir para conseguir su mayor sueño: la creación del Ballet Folklórico de la Unsa. Tenía 21 años de edad, cuando empecinada logró el respaldo para conformar la agrupación de danza, y se convirtió en su directora.
El viernes último presentó en un auditorio universitario el libro: “De un sueño… a la realidad”, donde narra anécdotas y vivencias del Ballet que este año cumple 45 años, y de sus integrantes. La redacción del texto fue a la medianoche, duró seis meses, mientras estuvo por razones familiares en Francia.
Uno de los relatos incorporados fue cuando el Ballet sufrió una rechifla, en el festival de San Bernardo en Chile. Duró diez minutos, luego de bailar el Huaylas. Los integrantes estaban apenados y desconcertados, cuando el maestro de ceremonias anunció su retorno al escenario. Explicó que chiflaban cuando algo les gustaba.
Abarca dedicó varios años a investigar sobre las danzas de Arequipa, para poder añadirles coreografías. Recurrió a personas y estudiosos sobre el carnaval, la pampeña, el montonero y otros bailes arequipeños. El hijo del compositor Benigno Ballón Farfán, le comentó que son siete los carnavales de Arequipa, pero uno es el popular. Cuando tuvo la información imaginó cómo podrían ir los pasos con la música.
Ella es la creadora de varias de las coreografías de danzas arequipeñas que bailaron integrantes del Ballet de la Unsa, que dirigió durante 26 años. La coreografía aporta belleza y movimiento a una danza, pero principalmente brinda información, precisó la exdirectora.
Seguir leyendo aquí.
Por: Rossmery Puente De La Vega P.
Fuente: http://elpueblo.com.pe
CONTENIDO
- Prólogo
- Prefacio
- Antecedentes
- Fundación del Ballet Folklórico UNSA
- Preparación de alumnos y recopilación de datos sobre la música y danzas de Arequipa
- Festidanza 72
- Festidanza 73
- Festidanza 74
- Ilustraciones
- Anécdotas y vivencias
- Relación de primeros integrantes: 71, 72, 73 y 74
- Relación de integrantes de otras generaciones
- Bibliografía
MÁS INFORMACIÓN
- Ballet Folklórico - Universidad Nacional de San Agustin
- Ballet Folklorico Unsa Bfunsa - Facebook
- Fundadores Del Ballet Folklórico de la UNSA
Editorial: Editorial UNSA
Páginas: 279
Tamaño: 14,5 x 20,5 cm.
Año: 2016
Precio: S/60.00
Cita CCLXXXII: El Inca Garcilaso de la Vega - La herencia de un mundo mestizo
El Inca Garcilaso fue un hombre que, obligado por su cuna, intentó remar contra corriente. Hagamos un breve repaso de sus obras en el escasísimo tiempo del que disponemos. En 1586 terminó su traducción del libro de un hebreo, León, un sefardí que tenía por apellido Abrabanel y que era hijo de uno de los caudillos espirituales de la Sinagoga en el trágico exilio de 1492. Apenas hace falta recordar que, por aquellas fechas, los españoles andaban espulgando los linajes propios y ajenos para ver si por sus venas corría una gota de sangre judía. Pero todavía hay más. En España imperaba entonces el aristotelismo, impuesto antaño por santo Tomás y remozado a la sazón por la brillante escuela de Salamanca. En los Diálogos de amor, en cambio, se expone una doctrina platonizante, más en consonancia, desde luego, con las enseñanzas de nuestros grandes místicos, por más que también estos místicos resultasen más de una vez sospechosos a ojos de la Iglesia oficial. No extraña en absoluto que el tratado lo mandase finalmente recoger la Inquisición "porque no era para vulgo".
Como tema de su segundo libro, Garcilaso eligió la historia del único gran fracaso que habían sufrido los españoles en aquella gigantesca empresa que fue la conquista de América: la colonización de la Florida, una y otra vez intentada, una y otra vez abandonada con gran pérdida de vidas y de reputación. Un asunto en verdad sorprendente para ser tratado en 1605 bajo el patrocinio del más grande noble luso, don Teodosio de Braganza, el padre del futuro rey de Portugal Juan IV.
Sigamos. Desde su primera aparición al mundo de las letras (1590) Gómez Suárez de Figueroa, convertido ya en Garcilaso de la Vega, se quiso intitular Inca, abandonando la equidistancia entre los dos mundos, por más que siempre pregonase que estaba "obligado de
ambas naciones, por ser "hijo de un español y de una india". Pero en la Primera parte de los comentarios reales (1609) el mestizo sintió la llamada imperiosa de la sangre materna y se dejó deslumbrar por el pasado indígena.
Jamás se ha hecho un encomio más apasionado de un pueblo. En comparación con las alabanzas que dirigió Garcilaso a los incas, palidecen todas las loas y panegíricos que se entonaron a la Roma imperial. En versos famosos, Virgilio había señalado que la grandeza de Roma consistía no en descubrir grandes inventos ni en sobresalir en las artes, sino en regir el mundo, "perdonando a los sometidos y domeñando a los soberbios". Este espíritu magnánimo e integrador de naciones es el que Garcilaso atribuye a los incas. Una y otra vez se insiste en su misión civilizadora:
"Venían a los hombres para darles pueblos en que viviesen, y mantenimientos que comiesen" (I.16).
Los españoles habían subyugado a los indios por la fuerza. Muy otro fue el proceder de los incas en su expansión:
"El sol -dice Mayta Cápac- no lo había enviado a la tierra para que matase indios, sino que para que les hiciese beneficios, sacándoles de la vida bestial que tenían" (III.6).
"La ciudad del Cozco… fue otra Roma", se repite hasta tres veces en la obra (proemio; VI.20; VII.8). Ahora bien, en este parangón con los romanos salen los incas ganadores con mucho, pues, frente al indiscriminado politeísmo de los antiguos, los indios del Perú practicaron el culto a un solo dios, no hicieron sacrificios humanos (II.9), como los mexicas y aun como los griegos y romanos en sus primeros tiempos, ni conocieron la sodomía, práctica execrada por nuestro autor (III.13; VI.11; 19; 36).
En esta exaltación de los vencidos ¿qué lugar ocupan los vencedores? En abierta rebeldía contra la herencia paterna, Garcilaso les otorga un papel más bien apagado y triste: son hombres que por su incuria y despreocupación causaron la pérdida de edificios realmente monumentales. Los conquistadores solo tuvieron una cosa buena, y es que supieron imponer la ley seca a un pueblo demasiado proclive a la embriaguez: "Por el buen ejemplo que los españoles en este particular les han dado, no hay indio que se emborrache, sino que lo vituperan y abominan por grande infamia; que si en todo vicio hubiera sido el ejemplo tal, hubieran sido apostólicos predicadores del Evangelio" (VI.22). Mas repárese que esa única alabanza lleva implícito un tremendo reproche: los españoles distaron mucho de acercarse a los "apostólicos predicadores del Evangelio" que hubieran debido ser.
Asignados ya los papeles que les corresponden a los incas y a los españoles, es hora de preguntarse por el puesto que ocupa el propio Garcilaso en este tremendo drama cósmico, un
drama que constituye al mismo tiempo su propia tragedia personal. La respuesta parece bien sencilla. Él escribe la historia de sus antepasados del Perú como uno de sus descendientes:
"Me sea lícito, pues soy indio, que en esta historia yo escriba como indio" (Advertencias). "Un indio, hijo de su tierra, quería escribir los sucesos de ella" (I 19).
Él se considera uno más de esos indios denostados por los españoles a causa de la flaqueza de su espíritu. Y así, asumiendo este juicio menospreciativo y como relamiéndose la herida, escribe con amarguísima ironía: "No es aqueste mi principal intento [discutir sobre el universo], ni las fuerzas de un indio pueden presumir tanto" (I.1).
Ahora bien, la respuesta dada y tantas veces reiterada es engañosa. Esta insistencia casi patética en presentarse como un indio revela precisamente el drama interior de Garcilaso, pues él no fue un indio, sino un mestizo, es decir, no perteneció a ninguna de las dos grandes "repúblicas" en que estaba dividida la sociedad colonial. "Mestizo", en efecto, era entonces un insulto, y así lo explicó con claridad diáfana el propio Inca:
"A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos… Y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él, aunque en Indias, si a uno de ellos le dicen 'Sois un mestizo' o 'es un mestizo', lo toman por menosprecio" (X.31).
Otra vez Garcilaso nos escamotea una realidad humillante. Muy al contrario de lo que afirma, el Inca evitó emplear consigo mismo un término injurioso que, sin embargo, no vaciló en usar en otras ocasiones para dirigirse, ya sin tapujos, a los de su misma condición.
Garcilasso Inga. Este cambio de nombre ¿no significa, en definitiva, un cambio espiritual de patria? En los Comentarios Garcilaso se declaró natural de un imperio ya fenecido: "Mi patria: yo llamo así a todo el imperio que fue de los Incas" (X.24). El afán de quitarse el baldón de ser mestizo y convertirse en inca nos parece muy humano y comprensible; pero ¿era necesario para ello dejar de ser español? Viene a aclarar este enigma, en apariencia insoluble, un pasaje del propio Garcilaso, empeñado, como siempre, en comparar el Incario con el imperio romano:
"Roma hizo ventaja al Cozco… en haber alcanzado letras… Yo, incitado del deseo de la conservación de las antiguallas de mi patria, esas pocas que han quedado, porque no se pierdan del todo, me dispuse al trabajo tan excesivo como hasta aquí me ha sido y delante me ha de ser el escribir su antigua república hasta acabarla" (VII.8).
La gloria literaria era lo único que le faltaba al imperio inca para superar definitivamente al romano, enaltecido tanto por grandes generales como por escritores ilustres; y esa gloria era la ofrenda que él, Garcilaso, hacía a la memoria de sus antepasados, una tarea que solo él podría llevar a cabo. Mas para ello era necesario un requisito imprescindible: desnaturalizarse espiritualmente de España para hacerse heredero de los
incas, es decir, convertirse él mismo en un inca a cambio de ser el Tito Livio de su patria, alcanzando por ello fama imperecedera.
Deuda saldada con la madre y con el Perú. Pero ¿y el padre? ¿Y España? Parece como si Garcilaso hubiese sentido remordimientos por haber sido injusto con la herencia paterna, la otra parte de su personalidad. Para cumplir con el capitán Garcilaso de la Vega el Inca escribió su cuarto libro, la Historia general del Perú, publicada póstumamente (1616), haciendo relación de "las hazañas y valentías que los bravos y generosos españoles hizieron en ganar aquel riquísimo imperio" (f. 300r a). Otra vez vuelven a oírse comparaciones con la Antigüedad clásica, si bien aquí suenan más a falso, a mero lugar común. Los "heroycos españoles" son "verdaderos Alcides y christianos Achiles", y sus proezas, "más grandiosas y heroycas que las de los Alexandros de Grecia y Césares de Roma" (Dedicación). Pero a quienes de verdad se dedica una verdadera cascada de epítetos es de nuevo a los incas, "que pudieron competir con los Darios de Persia, Ptolomeos de Egipto, Alexandros de Grecia y Cipiones de Roma" (Prólogo).
¿Ha cambiado la mentalidad de Garcilaso? Más bien ha variado su punto de mira. El autor sigue siendo el mismo mestizo que asistió, atónito y estremecido, al derrumbamiento de un mundo; pero este hombre no se ya duele de su propia flaqueza, como heredada de los indios, sino que proclama a los cuatro vientos que, para las letras, les "sobra capacidad a los mestizos" (Prólogo). Y no solo se puede esperar el pase de la fe católica al Nuevo Mundo, anunciada por Felipe de Meneses y otros autores europeos, sino que de América habrían de salir en el futuro personajes tan ilustres como los de la metrópoli, de la misma manera que antaño una bárbara Hispania había dado a Roma, una vez educada y pulida, a los Sénecas, a Trajano y a Teodosio.
Es muy significativo, por otra parte, que la Segunda parte termine con la rebelión de Túpac Amaru. Al ser prendido el último inca, los mestizos del Perú fueron acusados de haberse conjurado con ese príncipe "para alçarse con el reyno" (II parte, f. 295 b). Garcilaso se lamenta de la triste suerte que corrieron muchos de sus condiscípulos desterrados, citando por su nombre a Juan Arias Maldonado (II parte, f. 296v) y a don Carlos Paullu (II, f. 297r; cf. Primera parte, VI.4; X.38). Asimismo se horroriza ante la ejecución de Túpac Amaru, el último Inca. Ahora bien, la crónica no remata ahí, sino que añade dos capítulos más para contar las muertes desastradas de Francisco de Toledo, el virrey que había dictado la inhumana sentencia contra el Inca, y de Martín García de Loyola, el capitán que lo había apresado. Aunque Garcilaso no lo diga expresamente, es evidente que, a su juicio, con esas muertes se había cumplido la justicia divina. Un autor cristiano, Lactancio, había escrito en el s. IV un tratadito de mortibus persecutorum, refiriendo el horrendo fin que habían tenido los emperadores que habían perseguido a los cristianos. Así también acaba la Segunda parte de los comentarios, rindiendo un tácito homenaje al extinto imperio inca al narrar los castigos divinos en que incurrieron quienes acabaron de aniquilarlo. Otra vez, pues, Garcilaso nos presenta de la manera más descarnada posible el fin de su mundo, pero reivindicando firmemente el papel que correspondía a los mestizos. Y parece como si él, desengañado, hubiera querido huir de las miserias padecidas en una España real para refugiarse, mecido por la lejana voz de su madre, en los gratos recuerdos de un Incario fabuloso.
Como tema de su segundo libro, Garcilaso eligió la historia del único gran fracaso que habían sufrido los españoles en aquella gigantesca empresa que fue la conquista de América: la colonización de la Florida, una y otra vez intentada, una y otra vez abandonada con gran pérdida de vidas y de reputación. Un asunto en verdad sorprendente para ser tratado en 1605 bajo el patrocinio del más grande noble luso, don Teodosio de Braganza, el padre del futuro rey de Portugal Juan IV.
Sigamos. Desde su primera aparición al mundo de las letras (1590) Gómez Suárez de Figueroa, convertido ya en Garcilaso de la Vega, se quiso intitular Inca, abandonando la equidistancia entre los dos mundos, por más que siempre pregonase que estaba "obligado de
ambas naciones, por ser "hijo de un español y de una india". Pero en la Primera parte de los comentarios reales (1609) el mestizo sintió la llamada imperiosa de la sangre materna y se dejó deslumbrar por el pasado indígena.
Jamás se ha hecho un encomio más apasionado de un pueblo. En comparación con las alabanzas que dirigió Garcilaso a los incas, palidecen todas las loas y panegíricos que se entonaron a la Roma imperial. En versos famosos, Virgilio había señalado que la grandeza de Roma consistía no en descubrir grandes inventos ni en sobresalir en las artes, sino en regir el mundo, "perdonando a los sometidos y domeñando a los soberbios". Este espíritu magnánimo e integrador de naciones es el que Garcilaso atribuye a los incas. Una y otra vez se insiste en su misión civilizadora:
"Venían a los hombres para darles pueblos en que viviesen, y mantenimientos que comiesen" (I.16).
Los españoles habían subyugado a los indios por la fuerza. Muy otro fue el proceder de los incas en su expansión:
"El sol -dice Mayta Cápac- no lo había enviado a la tierra para que matase indios, sino que para que les hiciese beneficios, sacándoles de la vida bestial que tenían" (III.6).
"La ciudad del Cozco… fue otra Roma", se repite hasta tres veces en la obra (proemio; VI.20; VII.8). Ahora bien, en este parangón con los romanos salen los incas ganadores con mucho, pues, frente al indiscriminado politeísmo de los antiguos, los indios del Perú practicaron el culto a un solo dios, no hicieron sacrificios humanos (II.9), como los mexicas y aun como los griegos y romanos en sus primeros tiempos, ni conocieron la sodomía, práctica execrada por nuestro autor (III.13; VI.11; 19; 36).
En esta exaltación de los vencidos ¿qué lugar ocupan los vencedores? En abierta rebeldía contra la herencia paterna, Garcilaso les otorga un papel más bien apagado y triste: son hombres que por su incuria y despreocupación causaron la pérdida de edificios realmente monumentales. Los conquistadores solo tuvieron una cosa buena, y es que supieron imponer la ley seca a un pueblo demasiado proclive a la embriaguez: "Por el buen ejemplo que los españoles en este particular les han dado, no hay indio que se emborrache, sino que lo vituperan y abominan por grande infamia; que si en todo vicio hubiera sido el ejemplo tal, hubieran sido apostólicos predicadores del Evangelio" (VI.22). Mas repárese que esa única alabanza lleva implícito un tremendo reproche: los españoles distaron mucho de acercarse a los "apostólicos predicadores del Evangelio" que hubieran debido ser.
Asignados ya los papeles que les corresponden a los incas y a los españoles, es hora de preguntarse por el puesto que ocupa el propio Garcilaso en este tremendo drama cósmico, un
drama que constituye al mismo tiempo su propia tragedia personal. La respuesta parece bien sencilla. Él escribe la historia de sus antepasados del Perú como uno de sus descendientes:
"Me sea lícito, pues soy indio, que en esta historia yo escriba como indio" (Advertencias). "Un indio, hijo de su tierra, quería escribir los sucesos de ella" (I 19).
Él se considera uno más de esos indios denostados por los españoles a causa de la flaqueza de su espíritu. Y así, asumiendo este juicio menospreciativo y como relamiéndose la herida, escribe con amarguísima ironía: "No es aqueste mi principal intento [discutir sobre el universo], ni las fuerzas de un indio pueden presumir tanto" (I.1).
Ahora bien, la respuesta dada y tantas veces reiterada es engañosa. Esta insistencia casi patética en presentarse como un indio revela precisamente el drama interior de Garcilaso, pues él no fue un indio, sino un mestizo, es decir, no perteneció a ninguna de las dos grandes "repúblicas" en que estaba dividida la sociedad colonial. "Mestizo", en efecto, era entonces un insulto, y así lo explicó con claridad diáfana el propio Inca:
"A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos… Y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él, aunque en Indias, si a uno de ellos le dicen 'Sois un mestizo' o 'es un mestizo', lo toman por menosprecio" (X.31).
Otra vez Garcilaso nos escamotea una realidad humillante. Muy al contrario de lo que afirma, el Inca evitó emplear consigo mismo un término injurioso que, sin embargo, no vaciló en usar en otras ocasiones para dirigirse, ya sin tapujos, a los de su misma condición.
Garcilasso Inga. Este cambio de nombre ¿no significa, en definitiva, un cambio espiritual de patria? En los Comentarios Garcilaso se declaró natural de un imperio ya fenecido: "Mi patria: yo llamo así a todo el imperio que fue de los Incas" (X.24). El afán de quitarse el baldón de ser mestizo y convertirse en inca nos parece muy humano y comprensible; pero ¿era necesario para ello dejar de ser español? Viene a aclarar este enigma, en apariencia insoluble, un pasaje del propio Garcilaso, empeñado, como siempre, en comparar el Incario con el imperio romano:
"Roma hizo ventaja al Cozco… en haber alcanzado letras… Yo, incitado del deseo de la conservación de las antiguallas de mi patria, esas pocas que han quedado, porque no se pierdan del todo, me dispuse al trabajo tan excesivo como hasta aquí me ha sido y delante me ha de ser el escribir su antigua república hasta acabarla" (VII.8).
La gloria literaria era lo único que le faltaba al imperio inca para superar definitivamente al romano, enaltecido tanto por grandes generales como por escritores ilustres; y esa gloria era la ofrenda que él, Garcilaso, hacía a la memoria de sus antepasados, una tarea que solo él podría llevar a cabo. Mas para ello era necesario un requisito imprescindible: desnaturalizarse espiritualmente de España para hacerse heredero de los
incas, es decir, convertirse él mismo en un inca a cambio de ser el Tito Livio de su patria, alcanzando por ello fama imperecedera.
Deuda saldada con la madre y con el Perú. Pero ¿y el padre? ¿Y España? Parece como si Garcilaso hubiese sentido remordimientos por haber sido injusto con la herencia paterna, la otra parte de su personalidad. Para cumplir con el capitán Garcilaso de la Vega el Inca escribió su cuarto libro, la Historia general del Perú, publicada póstumamente (1616), haciendo relación de "las hazañas y valentías que los bravos y generosos españoles hizieron en ganar aquel riquísimo imperio" (f. 300r a). Otra vez vuelven a oírse comparaciones con la Antigüedad clásica, si bien aquí suenan más a falso, a mero lugar común. Los "heroycos españoles" son "verdaderos Alcides y christianos Achiles", y sus proezas, "más grandiosas y heroycas que las de los Alexandros de Grecia y Césares de Roma" (Dedicación). Pero a quienes de verdad se dedica una verdadera cascada de epítetos es de nuevo a los incas, "que pudieron competir con los Darios de Persia, Ptolomeos de Egipto, Alexandros de Grecia y Cipiones de Roma" (Prólogo).
¿Ha cambiado la mentalidad de Garcilaso? Más bien ha variado su punto de mira. El autor sigue siendo el mismo mestizo que asistió, atónito y estremecido, al derrumbamiento de un mundo; pero este hombre no se ya duele de su propia flaqueza, como heredada de los indios, sino que proclama a los cuatro vientos que, para las letras, les "sobra capacidad a los mestizos" (Prólogo). Y no solo se puede esperar el pase de la fe católica al Nuevo Mundo, anunciada por Felipe de Meneses y otros autores europeos, sino que de América habrían de salir en el futuro personajes tan ilustres como los de la metrópoli, de la misma manera que antaño una bárbara Hispania había dado a Roma, una vez educada y pulida, a los Sénecas, a Trajano y a Teodosio.
Es muy significativo, por otra parte, que la Segunda parte termine con la rebelión de Túpac Amaru. Al ser prendido el último inca, los mestizos del Perú fueron acusados de haberse conjurado con ese príncipe "para alçarse con el reyno" (II parte, f. 295 b). Garcilaso se lamenta de la triste suerte que corrieron muchos de sus condiscípulos desterrados, citando por su nombre a Juan Arias Maldonado (II parte, f. 296v) y a don Carlos Paullu (II, f. 297r; cf. Primera parte, VI.4; X.38). Asimismo se horroriza ante la ejecución de Túpac Amaru, el último Inca. Ahora bien, la crónica no remata ahí, sino que añade dos capítulos más para contar las muertes desastradas de Francisco de Toledo, el virrey que había dictado la inhumana sentencia contra el Inca, y de Martín García de Loyola, el capitán que lo había apresado. Aunque Garcilaso no lo diga expresamente, es evidente que, a su juicio, con esas muertes se había cumplido la justicia divina. Un autor cristiano, Lactancio, había escrito en el s. IV un tratadito de mortibus persecutorum, refiriendo el horrendo fin que habían tenido los emperadores que habían perseguido a los cristianos. Así también acaba la Segunda parte de los comentarios, rindiendo un tácito homenaje al extinto imperio inca al narrar los castigos divinos en que incurrieron quienes acabaron de aniquilarlo. Otra vez, pues, Garcilaso nos presenta de la manera más descarnada posible el fin de su mundo, pero reivindicando firmemente el papel que correspondía a los mestizos. Y parece como si él, desengañado, hubiera querido huir de las miserias padecidas en una España real para refugiarse, mecido por la lejana voz de su madre, en los gratos recuerdos de un Incario fabuloso.
Conferencia del académico Juan Gil en el Homenaje al Inca Garcilaso de la Agencia Española de Cooperación (AECID) y la Real Academia Española (RAE). 16.6.2016
Darío Villanueva - director de la RAE - y Juan Gil
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