BENITO BONIFAZ
(Arequipa, 1 de junio de 1832 - 7 de marzo de 1858) fue un poeta y militar peruano. Fue conocido como "El Tirteo arequipeño". Fue hijo de Narciso Bonifaz y María Febres. Estudió en el Colegio Nacional de la Independencia Americana,
de su ciudad natal. Culminados sus estudios en 1852, se trasladó a
Lima, para seguir la carrera militar. Se incorporó a un cuerpo de
artillería de línea.
Se sumó a la revolución liberal acaudillada por el general Ramón Castilla en 1854, participando en la batalla de La Palma,
librada en las afueras de Lima, el 5 de enero de 1855. En agosto de ese
año fue puesto en prisión al ser acusado de actividades sediciosas; y,
alejado ya de Castilla, secundó la revolución que inició en Arequipa el general Manuel Ignacio de Vivanco. Apoyó a la causa revolucionaria con viriles poesías y discursos fogosos, muy emotivos, que enardecieron a los arequipeños.
Cuando Arequipa fue sitiada y atacada,
el ya entonces teniente coronel Benito Bonifaz asumió el comando en el
llamado Fuerte “Malakoff”, hacia el cual convergieron los mayores
ataques del adversario, muriendo de un balazo que le atravesó la tráquea
el 7 de marzo de 1858.
A UNA MUJER
¿Por qué me esquivas tu semblante hermoso
Y tus ojos apartas de los míos?
¿No temes, di, que apaguen tus desvíos
Mi ardiente corazón?
¿No te imaginas que mi vida entera
Puede exhalarse en el mortal suspiro
Que yo arranco del pecho si te miro
Desdeñando mi amor?
Dime, mujer más pura que la aurora
Al destellar en el rosado Oriente,
Si en tu mirar angélico, en tu frente,
¿Hay algo de mortal?
¿Di si como a mujer debo adorarte?
¡Misteriosa y divina criatura!
Feliz encarnación de la hermosura
¡De mística beldad!
Si has tomado prestadas bellas formas
Para traer una misión del cielo,
Y rasgando quizá tan débil velo
Nos vuelves a dejar:
Si aquí has venido a disipar la nube
Que limita del nombre el pensamiento,
O te ha enviado el Señor desde su asiento
Trayendo la verdad.
Si eres un rayo de la augusta aureola
Que circunda la frente del eterno
O el átomo lanzado al mundo externo
De su mente inmortal
Dímelo, pues, que para mí un arcano
¡Es tu presencia aquí!... ¡ah! yo en tu aliento
He bebido del amor el sentimiento
Más puro y divinal.
¡Contesta, por piedad!... no me desdeñes;
Desengáñame, pues, yo te lo ruego…
Es tan intenso el misterioso fuego
¡Que me consume ya!
¡Tan inmenso es mi amor! ¡Tal mi locura!
Que se pierde mi pobre inteligencia
Y el corazón, latiendo con violencia,
Lo siento zozobrar.
Seas una mujer, seas un ángel,
Seas nacida aquí, seas del cielo,
Mi albedrío, mi amor, todo mi anhelo
Te quiero consagrar.
¡Ah! para mí la vida es un martirio
Y me siento morir de pesadumbre…
Me agobia la ansiedad, la incertidumbre
¡La duda perennal!
Si eres de allá, perdona mis delirios,
Pues dichoso te diera mi existencia,
Si un ligero perfume de tu esencia
Me dieras al pasar.
Mas si naciste como yo en la tierra
Por compasión mis súplicas escucha
De este infeliz, que en tan dudosa lucha
Ya próximo a expirar.
Mi porvenir sin ti será un vacío
Mil veces más terrible que la muerte…
Tan sólo de pensar que he de perderte
Para siempre quizás,
Siento el dolor que con su mano impía
Rompe todas las fibras de mi alma
Y allá en el corazón, fúnebre calma
O matador afán.
Como es grande mi amor es mi creencia:
Creo con una fe tan acendrada
Que tú has venido al mundo destinada
Mis pasos a guiar,
Que si me abandonaras a mí mismo,
A mi lado pasando indiferente,
De mi santa creencia y mi fe ardiente
Me harías blasfemar.
Perdona si te ofendo: mas muy débil
Mi pobre entendimiento se extravía;
Se torna mi razón en insania
Porque al fin soy mortal!...
Pero dime también una palabra
Que llegue a mis oídos: de tu acento
La vibración más tenue y al momento
Mi fe revivirá.
Yo pulsaré las cuerdas de mi lira
Arrancándole notas armoniosas
Tan henchidas de unción, tan religiosas
Que el mismo Jehová
Entre las arpas santas que su gloria
Para ensalzarle y bendecirle encierra,
Los acentos del arpa de la tierra
¡Ay! no desdeñará.
Óyeme, pues, y deja que en tus labios
Asome una palabra de esperanza
Querubín o mujer, a ti se lanza
Mi alma sin vacilar;
Yo para ser feliz tan solo espero
Que rasgues con tus labios o tu mano
El misterioso, impenetrable arcano
Que encierra tu beldad.
¿Por qué me esquivas tu semblante hermoso
Y tus ojos apartas de los míos?
¿No temes, di, que apaguen tus desvíos
Mi ardiente corazón?
¿No te imaginas que mi vida entera
Puede exhalarse en el mortal suspiro
Que yo arranco del pecho si te miro
Desdeñando mi amor?
Dime, mujer más pura que la aurora
Al destellar en el rosado Oriente,
Si en tu mirar angélico, en tu frente,
¿Hay algo de mortal?
¿Di si como a mujer debo adorarte?
¡Misteriosa y divina criatura!
Feliz encarnación de la hermosura
¡De mística beldad!
Si has tomado prestadas bellas formas
Para traer una misión del cielo,
Y rasgando quizá tan débil velo
Nos vuelves a dejar:
Si aquí has venido a disipar la nube
Que limita del nombre el pensamiento,
O te ha enviado el Señor desde su asiento
Trayendo la verdad.
Si eres un rayo de la augusta aureola
Que circunda la frente del eterno
O el átomo lanzado al mundo externo
De su mente inmortal
Dímelo, pues, que para mí un arcano
¡Es tu presencia aquí!... ¡ah! yo en tu aliento
He bebido del amor el sentimiento
Más puro y divinal.
¡Contesta, por piedad!... no me desdeñes;
Desengáñame, pues, yo te lo ruego…
Es tan intenso el misterioso fuego
¡Que me consume ya!
¡Tan inmenso es mi amor! ¡Tal mi locura!
Que se pierde mi pobre inteligencia
Y el corazón, latiendo con violencia,
Lo siento zozobrar.
Seas una mujer, seas un ángel,
Seas nacida aquí, seas del cielo,
Mi albedrío, mi amor, todo mi anhelo
Te quiero consagrar.
¡Ah! para mí la vida es un martirio
Y me siento morir de pesadumbre…
Me agobia la ansiedad, la incertidumbre
¡La duda perennal!
Si eres de allá, perdona mis delirios,
Pues dichoso te diera mi existencia,
Si un ligero perfume de tu esencia
Me dieras al pasar.
Mas si naciste como yo en la tierra
Por compasión mis súplicas escucha
De este infeliz, que en tan dudosa lucha
Ya próximo a expirar.
Mi porvenir sin ti será un vacío
Mil veces más terrible que la muerte…
Tan sólo de pensar que he de perderte
Para siempre quizás,
Siento el dolor que con su mano impía
Rompe todas las fibras de mi alma
Y allá en el corazón, fúnebre calma
O matador afán.
Como es grande mi amor es mi creencia:
Creo con una fe tan acendrada
Que tú has venido al mundo destinada
Mis pasos a guiar,
Que si me abandonaras a mí mismo,
A mi lado pasando indiferente,
De mi santa creencia y mi fe ardiente
Me harías blasfemar.
Perdona si te ofendo: mas muy débil
Mi pobre entendimiento se extravía;
Se torna mi razón en insania
Porque al fin soy mortal!...
Pero dime también una palabra
Que llegue a mis oídos: de tu acento
La vibración más tenue y al momento
Mi fe revivirá.
Yo pulsaré las cuerdas de mi lira
Arrancándole notas armoniosas
Tan henchidas de unción, tan religiosas
Que el mismo Jehová
Entre las arpas santas que su gloria
Para ensalzarle y bendecirle encierra,
Los acentos del arpa de la tierra
¡Ay! no desdeñará.
Óyeme, pues, y deja que en tus labios
Asome una palabra de esperanza
Querubín o mujer, a ti se lanza
Mi alma sin vacilar;
Yo para ser feliz tan solo espero
Que rasgues con tus labios o tu mano
El misterioso, impenetrable arcano
Que encierra tu beldad.
MÁS INFORMACIÓN
- La Casona del poeta Benito Bonifaz - Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa
- Benito Bonifaz Febres | Poetas de Arequipa
- Arequipa Tradicional: La Revolución de 1858